- A propósito del Día del Periodista
Aunque los cómics nos han enseñado que el disfraz de reportero es la mejor forma de esconder la identidad secreta de un superhéroe, en verdad nunca hemos visto en las historietas que alguien salve al mundo durante una comisión periodística. Seamos sinceros, Clark Kent es un periodista inepto que abandona los encargos de su editor en el Daily Planet cada vez que algún villano sale a escena o Louis Lane necesita su ayuda. Superman podrá ser un campeón excepcional y el guardián del planeta Tierra, pero Kent – su alter ego humano - es una vergüenza para el oficio.
Ni hablar de Peter Parker que vende sus fotografías exclusivas de Spiderman en acción a los tabloides de Nueva York como si fueran producto de un gran esfuerzo, cuando en verdad, al ser él “El Hombre Araña” no tiene más que hacerse selfies en serie y pasar luego pasar por caja. No tengo idea de cuáles son las reglas del manual de estilo del periódico Daily Bugle ni los criterios de edición de Jonah Jameson, pero creo que en ese comportamiento hay más de una falta ética. Conozco a colegas que se arañan las vestiduras porque un reportero gráfico se excede en los retoques de Photoshop, así que ya me imagino que cosas podrían cuchichear sobre la peculiar forma de trabajo de Parker.
Queda claro que los periodistas de las viñetas no son los mejores ejemplos para la profesión, pero si no son de los cómics ni de las películas, no sé de dónde nos viene esa insistencia por querer equiparar heroísmo con periodismo. Es cierto que el periodismo es un oficio importante para la sociedad, pero no más que el de un zapatero o sastre. Y al decir que practicamos un oficio no estoy denigrando nuestro trabajo sino reconociendo, como lo hizo García Márquez, que “el periodismo se aprende haciéndolo”. Claro que se necesita una profesionalización, pero un cartón universitario o una tesis de posgrado no aseguran que vayas a reportear y escribir bien una noticia.
En fin, al igual que los zapateros o sastres, servimos de la misma manera a un público que requiere un servicio (unos confeccionando calzados o trajes de primera y otros produciendo informaciones de calidad), pero no por eso se llegan a escuchar ridiculeces como que “la zapatería es un apostolado” o que “un sastre tiene que ser servicial y abnegado como monja de convento”.
Es cierto que el periodismo es un trabajo riesgoso (más aún para aquellos que investigan casos de corrupción, crimen organizado, tráfico de drogas, minería informal, etc.), pero no por eso debemos monopolizar la heroicidad en las profesiones. Los policías, jueces, fiscales, pescadores de altamar y obreros de construcción arriesgan sus vidas todos los días y no los vemos gritando a la tribuna para que les aplaudan durante su horario de trabajo. Recordemos que nadie nos ha obligado a ejercer el periodismo: lo hacemos porque nos gusta, porque nos nace, porque es nuestra vocación. Ya si tú crees que les estás haciendo un gran favor a la sociedad por salir a buscar noticias es tu problema. Bien podrías trabajar (y ganar más) en un banco o vendiendo papas en un mercado, aunque para esto último se necesita un talento que pocos poseemos.
El estrés que implica nuestro trabajo tampoco es un argumento válido para pedir que nos erijan monumentos y nos rindan homenajes. Los desactivadores de explosivos viven con el temor de quedar mutilados o morir cada vez que reciben una alerta de bomba. Y pese a ello yo no veo en Facebook circular memes de “abraza a un técnico de la Udex estresado, te lo agradecerá antes de que vuele en pedacitos”. Es más, los pilotos de avión trabajan bajo mucha más presión que nosotros los periodistas. Un capitán de Boeing 747, en cada vuelo comercial, tiene en sus manos decenas de vidas que pueden esfumarse si llega a estrellarse contra el piso. Un periodista estresado, a lo mucho, lo único que puede hacer estallar es su copa de trago cuando está ahogando sus penas luego del cierre de edición.
Es verdad que como los héroes de la ficción, los periodistas laboran con cierta cuota de idealismo para informar con honestidad a su público y defender principios como la verdad y la honradez. ¿Pero qué profesional responsable no trabaja guiado por un conjunto de ideales? Los médicos se amanecen en las guardias de los hospitales para salvar las vidas de esas víctimas de apuñalamientos de las que informamos - muchas veces con morbo - en la edición del día siguiente. Los bomberos – sin recibir un sueldo - apagan incendios y rescatan a los heridos de los accidentes a los que, nosotros los reporteros, llegamos mucho tiempo después y ya cuando la emergencia se atendió. Ni que decir de los profesores o asistentes sociales que cumplen tareas heroicas en zonas alejadas resguardando a poblaciones vulnerables. La chamba de estos profesionales merece aplausos, pero a ellos no los vemos echándose flores cada vez que el calendario cívico les avisa que se acerca su celebración.
Felizmente, en estos años en el oficio he comprobado que querer ser un superhéroe no es la meta de los periodistas. Al menos no de los que practican con excelencia técnica y ética este trabajo. Ellos hacen su magnífica chamba siguiendo objetivos mucho más nobles que la simple obtención del reconocimiento público.
Como no puedo endilgarme la representatividad de ningún colegio profesional, centro federado, sindicato o club de periodismo, me gustaría compartirles las razones por las que yo ejerzo este oficio. No es nada del otro mundo. Simplemente, soy periodista porque soy un curioso. Y este trabajo me permite encontrar las explicaciones que necesito sobre este mundo. Claro que también con estas explicaciones ilumino áreas oscuras del conocimiento para que otras personas comprendan lo que sucede a su alrededor y así se disminuya la incertidumbre y conflictividad hacia el otro. Por lo que, en cierta medida, saciar esa curiosidad se termina transformando en un servicio para los demás. Quizás no merezca una medalla por eso (tampoco la espero), pero al menos, para mí, esta es una forma honrada y entretenida de ganarse la vida. En este oficio nunca te aburres y eso es algo que se debe agradecer.
No me imagino haciendo otra cosa. No podría ocupar mis días en un cubículo insertando códigos en una computadora u ofreciendo créditos desde un escritorio donde no te da la luz del sol y en el que no puedes diferenciar si es de día o de noche, o lunes o viernes, o primavera o verano. Sé que podría ganar mucho dinero si abocara mi pasión por el periodismo en otros campos. Conozco a chicos que estudiaron conmigo y que ahora estrenan camioneta nueva cada año o programan extensos tours por Europa durante sus vacaciones. Les felicito y espero que sean muy felices. Ese es el camino que eligieron y no les envidio: me alegra que sean exitosos en sus profesiones y puedan disfrutar de la vida.
El periodismo no me ha dado mucho dinero pero sí satisfacciones. Hay veces en que mis textos han llegado a impactar, en mayor o menor medida, en la vida de los demás. No siempre son grandes cambios, a veces solo pueden resumirse en reacciones tan cotidianas como que un adolescente borracho, mientras deja unos segundos de jugar Pokémon Go en la calle, se te acerca y te dice tambaleándose que le encantó tu reportaje sobre Oswaldo Reynoso y que ahora lee los libros de "El Profe" con más ganas. O la señora que te agradece por teléfono porque has relatado con dignidad y sin sensacionalismo el accidente en donde murieron su esposo e hijos. O el cantante que guarda enmarcada una de las entrevistas que le hiciste justo al lado de sus premios más importantes.
Para cerrar esta reflexión, creo que es conveniente reconocer a todas esos periodistas que me han ayudado en mi formación. Han sido varios y no creo que sea necesario enumerarlos. Gracias porque, sin ser superhéroes, me han demostrado que es posible trabajar con exigencia y eficiencia sin dejar de ser buenas personas. Pero más aún, en este Día del Periodista me gustaría darle las gracias a todos esos malos colegas que me han hecho apasionarme mucho más con este oficio. Gracias a quienes envilecen el periodismo y venden su pluma al mejor postor, porque así sé que camino no seguir. Gracias a esos editores apáticos que se la pasan como hongos en su escritorio y gritan a los cuatro vientos que la gente ya no lee, porque de esta manera sé que debo buscar nuevas estrategias para conmover al lector y no terminar hongueándome y desilusionándome como ellos.
Gracias también a esos dueños que pagan miserias a sus periodistas porque de esta forma me convenzo de que, si al final no me haré rico con este trabajo, es mejor ejercerlo en los lugares en donde puedas escribir con independencia y sin tener que renunciar a tus principios. Gracias a todos ellos ya que, pese a que los periodistas no somos superhéroes, este tipo de personas son los Némesis del oficio, los súper villanos a los que debemos combatir.
Y así como en tiempos difíciles la Ciudad Gótica necesita de un héroe como Batman (apasionado, errático y con posibilidades de fallar); en estas épocas de crisis del periodismo se necesita de personas como nosotros, con defectos pero también virtudes, con ideales pero también vicios. En fin, simples seres humanos que siguen su vocación por descubrir y dar a conocer verdades. Quizás no seamos los héroes que merece este mundo, pero sí los que se necesita en estos tiempos de incertidumbre y cambio.