Carta a un periodista egresado*

viernes, 27 de enero de 2012

- Un ejercicio de optimismo antes de enfrentar el desempleo del mundo real.


Subir tres pisos con la mochila a cuestas, ingresar al aula y encontrar a otros 89 ilusos estudiantes de primer ciclo apiñados, como en combi en horas punta, dentro de un salón en donde emanan las ganas de aprender. Descubrir que éste de al lado se llama Carlos, que el de atrás también, que éste otro se llama Walter, que la muchacha de allá es Kelly y que la de más allá es de Caravelí. Decirles que mi nombre es Jorge y que ¡no soy chino, que soy japonés! Enterarse que esté de acá quiere ser periodista y escribir maldito, que la señorita de pelo negro de atrás quiere hacer cine y que el amigo de por allá está no más haciendo puente para irse a Derecho al otro año. Decir que te cagas de miedo de que te cachimbeen en la primera semana, que amigo en donde tomas tu carro para irnos juntos, que en verdad me da miedo que me trasquilen el pelo que no me corto desde que salí del cole.
Esperar al profesor puntualito desde las siete de la mañana porque para eso he venido, para aprender, que porque no viene el maestro si se supone que es la primera clase, que sí que sí que yo desde chiquito quiero salir en la tele, que me gusta Rosa María Palacios, La Chichi Valenzuela, Guillermo Giacosa, que escucho todas la tardes al Chema Salcedo y me compro El Comercio todos los domingos, a ya tú te lees la columna de Beto Ortiz. Que no, que no lo he leído, que no sabía que ese cabrichi escribía paja. ¿A ya que me vas a prestar sus libros? Ya chévere dame tu correo amigo, para seguir hablando, que parece que ya no viene el profe. A ya, a ya, ya pues 5 minutitos más y si no viene nos vamos a comer algo y me sigues contando de Ortiz. Y pasaron cinco minutos y el profesor nunca vino.
Correr desde la avenida con el trabajo en la mano, que has hecho durante toda la madrugada, usando, por primera vez, libros de la biblioteca y no Wikipedia, seguir corriendo y pensar que estás tarde, que por favor no haya cerrado la puerta el profe, que no seas malo que mira que me he desvelado con este trabajo, y encontrar la reja de ingreso a la universidad cerrada. Que jovencito es huelga indefinida, que el comedor no más funciona, que vaya a su casa no más. Comprender que no necesariamente se aprende dentro de las aulas o de los profesores, que es la experiencia de ir a la universidad, conversar con otras personas, con ideas diferentes a las tuyas, lo que te hace conseguir nuevos conocimientos.
Saber que mis compañeros pueden decir mejor estas palabras que yo, porque ellos han experimentado alegrías, tristezas, victorias y derrotas más grandes que las mías. Saber que todos ustedes brillan por sus dones únicos y que han permitido que un poco de su talento se refleje en mí a lo largo de estos 5 años, en los que han compartido conmigo la construcción de ese sueño de ser profesionales. Estar seguro de que serán grandes y, que si siguen siendo tan empeñosos como lo han sido en este tiempo, el mundo será suyo. Sea lo que sea que esto signifique.
Agradecer a mi padre que ha tomado un avión desde algún lugar del Altiplano boliviano, subido a una combi para cruzar la frontera a más de 3500 msnm, viajado en un bus atiborrado de contrabandistas y recorrido cerca de 1000 km para ver al último de sus hijos acabar sus estudios universitarios. Gracias. A mi madre, que a pesar de que desde hace un par de años se ha declarado jubilada de las labores del hogar, hoy ha accedido, con cariñosa abnegación, planchar esta linda camisa que, lamentablemente, la toga está cubriendo. Gracias. A mis maestros, a los que me enseñaron algo y a los que no, gracias también. A mis hermanos ausentes, a mis amigos, compañeros de aula, compañeros de ruta, a la gente de la cuarta fila, quinta columna de la izquierda dando a la puerta de este auditorio donde estaba sentado hace un ratito, gracias.
Queridos compañeros no conozco a la mitad de ustedes, ni la mitad de lo que querría, ni ustedes me conocen la mitad de lo que quisiera. Pero de algo sí estoy seguro: es probable que el Perú no necesita 132 nuevos comunicadores como los que salen a enfrentar al mundo con muchas ilusiones esta tarde. “¿Oe Jorge en dónde estás chambeando?” “Ahorita estoy en radio”. “Chévere ¿en qué frecuencia del dial estás para escucharte?”. “No, no chochera estoy trabajando en el Radio Shack de la calle Mercaderes, esta semana tenemos descuentos en los estuches para laptop, te aviso”.
Es probable que nos cierren las puertas, que nos digan no nos llames nosotros te llamamos, luego de dejar nuestro curriculum, adjuntando nuestro cartón de bachiller o título de licenciado con tesis aprobada por unanimidad del jurado, tres idiomas y certificado de computación, diseño grafico, producción audiovisual y por siaca también plancho, cocino y lavo . Que nos quieran pagar peor que a practicante (sin vacaciones, ni días libres, seguro social u horario fijo). Es probable que las empresas estén buscando otro perfil de profesionales, que nos pongan en una lista de espera, y blah blah blah, blah blah blah. Pero de lo que sí estoy seguro es que el Perú necesita a 132 buenas personas, justas, correctas, bondadosas, como sé que la mayoría de ustedes, señoritas y jóvenes ilustres, son.
El escritor Oswaldo Reynoso le decía a sus alumnos que para destacar en su carrera solo necesitaban tres cosas: leer, leer, leer; escribir, escribir, escribir; vivir, vivir, vivir. Comprender y cumplir ese consejo creo es más importante que aprobar cualquier exámen o hacer alguna maestría o doctorado de dudosa procedencia.
Dios cuando, se supone, que creó este mundo, al ser, en teoría, tan pero tan grande no se pudo fijar en algunos detalles. Por ejemplo, creó a la vez la luz y la oscuridad, las cosas frías y calientes, a los vientos y las corrientes marinas, a la mujer y al hombre. En todo ese cambalache creativo de procedencia divina, nada podía quedarse quieto. Los mares se movían, las plantas y animales se movían, y los humanos tampoco podían dejar de moverse. Por eso es que la vida es movimiento, se mueven nuestros cabellos con el viento, se mueven nuestros labios cuando hablamos, se mueve nuestro corazón a cada latido.
Y ahora es momento de avanzar, de evolucionar, de crecer, de mejorar, de moverse. Estoy seguro que nuestras vidas seguirán adelante y en algún momento nos volveremos a encontrar, así que, estimados compañeros, es hora: transfórmense y avancen.
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*Discurso pronunciado frente a la promoción 2011 de Ciencias de la Comunicación de la UNSA el miércoles 25 de enero del 2012. 





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miércoles, 11 de enero de 2012