"El Imperio Contraataca": porque en ésta los buenos mueren*

viernes, 21 de mayo de 2010

- Hoy se celebran 30 años del estreno en los cines del episodio V de Star Wars:“El Imperio Contraataca”. Como parte de la convocatoria que hizo el Grupo Amaterasu, aquí mi recuerdo de la primera vez que la ví, cómo homenaje a tan importante película.



Aún recuerdo la vez que mi padre nos llevó a conocer por primera vez, a mí y a mis hermanos, a las Fuerzas Imperiales. Es un domingo, o quizás un sábado, y estamos todos los de mi familia (mamá, papá, mis hermanos Oscar, Daniel y yo) en el vestíbulo del hoy desaparecido Cine Portal en una tarde de 1997, esperando a qué comience la película de turno. En estos momentos no sé cual es, pero estoy seguro de que no es ni Aladino, el Rey León, El Jorobado de Notre Dame ni ninguna otra de dibujitos de Disney. Si fuera así mi papá no hubiera venido con nosotros. Mi mamá dijo que vamos a ver algo de una Guerra de las Estrellas, pero por como se burló mi hermano mayor Daniel, luego de escuchar su fallida traducción al español del nombre de la película, no sé si creerle

Ingresamos a la sala de cine, tan oscura que si no me sostengo del brazo de mi madre puedo tropezar y caer. Al frente está la pantalla que es muchísimo más grande que la TV que tenemos en la sala de la casa. Una vez sentado, volteo mi cabeza hacia atrás y puedo ver que la enorme sala de cine (estamos en la Arequipa antes de los multicines, en esa época en que la gente se maravillaba con las imágenes que tenían al frente, antes que en los envases súper grandes de pop-corn ) está llena de sombras que quizás también sean familias como la mía. ¿Cuántos años tengo? ¿Siete? ¿Siete y medio? No lo sé, pero creo que si mi mamá se ha sentado a mi lado, es porque la película debe tener subtítulos.

Se apagan del todo las luces. Empieza a sonar la cinta del proyector. Comienza la película. Veo el espacio, negro con sólo unos puntos blancos que deben ser las estrellas. En eso, una música muy fuerte empieza a sonar mientras unas letras suben rápidamente desde debajo de la pantalla, tan rápido que no las alcanzo a leer. Ahora una nave cae desde el espacio a un planeta cubierto de hielo. Después, aparece un joven bien arropado montando una bestia que parece un carnero que correo sobre sólo sus dos patas. Algo cae del cielo. El muchacho mira con unos aparatos que deben ser como unos binoculares. De pronto, es atacado por una bestia peluda que yo sólo puedo asociar al Jeti o Pie Grande, lo tumba con sus garras y el muchacho termina en el piso inconciente. Me asusto, me asusto mucho con las garras y colmillos del animal. Luego, el chico despierta, colgado dentro de la cueva de la bestia, intenta defenderse con una espada hecha de una luz celeste - que cuando la blande hace como el sonido de una radio sin señal. Le corta el brazo a la bestia que parece Jeti, con la espada de luz de un tirón. El chico escapa.

Afuera de la cueva, en plena tormenta de nieve, el chico cae desfallecido al piso. En esos momentos, un anciano con barba blanca y capucha vestido como monje, aparece como un fantasma y le dice: (en español, felizmente la película está doblada así que no dependeré de lo que me lea mi mamá para entenderla): “Luke (así se llama el muchacho), Luke”. El muchacho le mira y le reconoce: ¿Ben?, dice. “Debes ir a…(no se donde)”, continúa el anciano. Luego de estas palabras, el anciano desaparece así de fácil como apareció. Momentos después Luke será rescatado por uno de sus amigos, Han Solo.

Pasa que Luke y Han, están en un planeta congelado, lleno de nieve, llamado Hoth (cuyo nombrecito, entenderán, deja desconcertado a este pobre niño que no entiende cómo es posible que haga tanto frío en un lugar con ese nombre, si en el colegio le han enseñado que hot es caliente en inglés). Dónde un grupo de rebeldes se ha refugiado de las fuerzas del Imperio, que no es ni el de los Incas ni ese de los Romanos que aparece en las historietas de Ásterix y Obelix que mis hermanos suelen leer. No, no, no. Luke y sus amigos, están tan lejos de sus casas y pasando penurias bajo temperaturas mínimas, porque se están escondiendo del Imperio Intergaláctico, o algo así.

***

Como ya se habrán dado cuenta, estoy en el cine, viendo por primera vez “El Imperio Contraataca”, el episodio V de la saga de Star Wars, en su edición especial por los 20 años de aniversario. Y sí, a parte de este par de escenas que les he descrito, de esa primera vez, no tengo más que algunas imágenes borrosas en mi memoria.

Pero, por más que no sean nítidos mis recuerdos de esa vez, en el Cine Portal, estoy casi seguro de que me quedé maravillado por la navezotas que viajan a la velocidad de la luz, los disparos de rayos láser y las atemorizantes, pero no por eso menos fascinantes, bestias espaciales. También estoy seguro que, por más que no sabía de qué hablaban, ya que me habían traído sin ver la primera parte, me había emocionado con cada escena de esta historia que pasaba en una galaxia muy, muy lejana. Y claro, por más siete años (o siete y medio) que tengas, un ser humano no puede dejar de comerse las uñas cada vez que Darth Vader, entraba con el acompañamiento de La Marcha Imperial a escena para estrujar cuellos con sus manotas. O entristecerse cuando a Han lo congelan en carbonita luego de ser traicionado por su amigo Lando. O matarse de la risa cuando a un despistado androide de protocolo C3PO, lo dejan hecho pedacitos por entrar al lugar equivocado en el momento equivocado.

Sí, sí, sí: estoy así de seguro que – a pesar de las bestias peludas similares al Jeti y los confusos diálogos que no entendería hasta unos años después- me gustó la película de Star Wars (ésta y las demás que luego ví). Sino unos de mis tíos no me hubiera regalado en esa Navidad una manchota de figuritas de acción que incluía a la Princesa Leia, Chewbacca, C3PO y mis queridos Han Solo y Luke Skywalker. Sí, sí, sí. ¿Cómo no me iba a gustar esta película? Si en esta aparecía (no me daría cuenta en esta primera vez pero, luego, unos años después, cuando la volviera ver con un poco más de edad) ese misterioso caza recompensas llamado Boba Fett, quien durante toda mi niñez fue mi personaje favorito de la saga (dejó de serlo cuando idiotamente perdí la figurita de acción en alguna mudanza). Claro que me vacile. Si no, no estaría escribiendo esto.

***

La película ya terminó. En mi cabeza quedan esas escenas de un Luke mutilado, sin mano y de un Darth Vader confesando que es su padre. Y claro, la imagen tenebrosa del Jeti de garras filudas del inicio sigue atormentándome. Salgo de la sala junto a mi familia, feliz porque me entretuve, pero un poco confundido, con un sabor amargo luego de lo que acabo de ver. Y claro: ¿Qué niño de siete años puede estar tranquilo, luego de ver una película en la que los buenos no ganan? Y sí, ahora, casi 13 años después, me doy cuenta que ver “El Imperio Contraataca”, te puede hacer entender que, a veces, los malos se pueden salir con la suya. Que por más que te esfuerces mucho, no siempre puedes llegar a tiempo para salvar a los que más quieres. Qué las cosas no siempre te salen como lo esperas y que tal vez, por más caballeros Jedi, todo poderosos y canalizadores de la Fuerza que seamos, podemos fallar.

Pero esa reflexión vendrá años después. Ahora soy sólo un niño de siete años que sale de la sala del cine junto a su familia una tarde de domingo (o era sábado), luego de ver una película cuyo final no le cuaja. Estamos caminando hacia la salida por un pasadizo lleno de pósters de próximas películas a estrenarse. En eso yo y mis hermanos nos quedamos viendo uno que tiene a los mismos personajes de lo que acabamos de ver..
- Star Wars- Episodio VI. ¿Vamos a venir a verla no papá?- dice Oscar
- Claro- responde papá mientras se acerca a ver el cartel

También yo me acerco al afiche y trato de leer con más cuidado lo que dice en el subtítulo:
- El Re…gre…so del …Jeti… - digo con dificultad. ¡¿Del Jeti papá?!, pregunto atemorizado

Mi papá me mira sonriendo, cómo adivinando el miedo que le crea a su hijo que la bestia ésta que atacó a Luke, regrese para la siguiente película.

- Es del Jedi, hijo, del Jedi.
- Ah ya…- respondo aliviado.



*Aquí unas escenas de la batalla de Hoth de la película, en la que las fuerza rebeldes no pueden con las del Imperio:



*Un clip de tributo por los 30 años hecho por fans con imágenes del Episodio V. Acompaña la música del gran John Williams:



¿Qué pueden contar ustedes sobre la primera vez que vieron esta película de Star Wars?


*Publicado originalmente en el blog del Grupo Amaterasu

Mal empleo hasta las "canillas"

jueves, 20 de mayo de 2010

- Una crónica sobre las condiciones de trabajo de los repartidores de periódicos y revistas en Arequipa
Foto extraída de aquí

Los conocidos "canillitas" no ganan sueldo fijo, trabajan más de 12 horas al día, carecen de buenos servicios de salud y no tienen acceso a educación de calidad. ¿Puede dejar de ser pobre una persona subempleada? Ponle play en este audio.

Ir a descargar


*Enlace directo al audio de la crónica

Entrevista a "Tachy" del club SS501

jueves, 13 de mayo de 2010

- Una conversa con una de las organizadoras de la "Caravana Asiática",

Este sábado 8 de mayo asistí a la "Caravana Asiática" , una marcha por las calles de Arequipa para difundir la cultura popular del lejano oriente. Sin embargo, el evento se tuvo que cancelar de imprevisto, debido a unos problemas con la Municipalidad.

De todas formas, asistieron a la Plaza España una cantidad considerable de aficionados al anime (la gente de mi Grupo Amaterasu), los cómics (vao vao Torpes Monos) y -sobresaliendo entre todos- clubes de fans de boy bands asiáticas como Super Junior y TVXQ. A pesar de que no se pudo recorrer las calles de la ciudad como se planificó, conversé con "Tachy", representante del fan club en Arequipa de la banda coreana SS501, quiénes convocaron a este evento.
¿Por qué es tan importante difundir las expresiones culturales (música, dibujo, danza) asiáticas (japonesas, chinas, coreanas) en nuestra sociedad?



Publicado originalmente en el blog del Grupo Amaterasu

Nos habíamos apachurrado tanto:

domingo, 2 de mayo de 2010

- Con ustedes, una crónica del caos vehicular en nuestra ciudad: Un viaje dentro de una combi puede llegar a ser un verdadero calvario. Solemos echarle la culpa a las autoridades por no poner orden, o tirarle dedo a los transportistas por manejar como locos. A unos meses de implementarse el SIT, vale preguntarse: ¿Quién es el responsable de que el servicio de transporte público sea tan malo en Arequipa?

Un frenazo, que haría tambalear hasta al catchascanista más bravo de la TV, casi hace que me desparrame como saco de papas, sobre la señora que está sentada en estos momentos en el asiento para discapacitados de este autobús modelo Coaster. Afuera de la unidad de transporte público, extrañamente, llueve lo suficientemente fuerte como para que el número de pasajeros parados en el pasillo, sea casi el doble de lo normal. Repito: estaba de pie, guardando mi paraguas, justo en el pasillo de la siempre rascuacha y destartalada Tiabaya – San José, luego de subirme en las esquina de Independencia con Paucarpata; cuando, de pronto, al chofer (me ahorro los adjetivos) se le da por acelerar súbitamente y luego frenar en seco. La peligrosa maniobra (que duró menos de un segundo) hizo que golpeara mi muñeca derecha (debido a la pérdida de equilibrio), con el respaldar de metal del primer asiento de la primera fila. Auch.

Ahora, ya recuperado del sacudón, me agarro fuerte del barandal frente a la puerta de entrada/salida, por dónde no dejan de subir empapados peatones que, al igual que yo, esperan regresar a casa luego de un largo día de trabajo. Faltan 18 minutos para las nueve de la noche de un martes de marzo. Mi trasero y mi mochila se humedecen de a pocos, ya que a mis espaldas (¡maldita sea!) se encuentra la única ventana del carro con cinta scotch y bolsas plásticas en vez de vidrio. Tic, tic y por las hendiduras se empieza filtrar la lluvia. Brrrrrr. Dentro de los próximos 26 minutos tendré que luchar por no caerme: junto al muchacho de chompa azul con franjas blancas que parece que regresa de clases; la chica de polera mostaza que, con sus brazos extendidos, despide un olor encebollado; la chica de polo negro que, como yo, también se apoya en la traicionera ventana plastificada. Siento sus cuerpos acercarse a mí, huelo su sudor y, (todos) juntos como hermanos, nos asfixiamos por la ausencia de ventanas abiertas. Miro sus rostros desganados y de resignación. ¿Cómo llegamos hasta esta situación? ¿Qué hicimos para merecer tan mal servicio?

“Avanza, avanza: hagan dos filas”, grita el cobrador como arreando ganado. Y la gente que va subiendo, obedece dócilmente a las directivas de este muchachito recoge monedas, cuyo cuerpo no logro divisar por el exceso de piernas, brazos y cabezas que se entrecruzan como formando un gran pedazo de carne deforme. A apachurrarse se ha dicho. “Avance, avance: dos filas, dos filas”, continúa el muchachito. ¿Es que acaso son tan malos los cobradores y choferes, que no les importa apiñarnos como piezas de Tetris? “Dale, dale”, grita, finalmente, para completar su fluido vocabulario de sólo tres frases. Ya estamos por la Av. Salaverry y - todos aferrados a los palos de metal de los barandales como estamos en estos instantes-, los pasajeros parecemos anticuchos listos para irse a la parrilla o, más bien muñequitos de taca taca que no paran de moverse y contorsionarse en cada curva, bache, frenazo o lo que sea que pase en el viaje de regreso a casa. Todos callados, sin nada que responder, aceptamos nuestro cruel destino combista, mientras nos asfixiamos entre el olor a axila y la música a todo volumen. El carro sigue avanzando. ¿Qué se le puede hacer? ¿O es que acaso también nosotros los pasajeros nos merecemos que nos traten así?

***

Sobre las paredes de la oficina del ingeniero Ricardo Lira Torres, en el sótano del edificio de la Municipalidad Provincial de Arequipa (MPA) en El Filtro, hay dos cuadros colgados que demuestran cuál es su principal preocupación: ordenar el caos vehicular de la ciudad. “Respetar al peatón sobre todas las cosas”, dice el de la izquierda. En la escena se muestra a 6 niños agarrados de la mano caminando sobre las líneas blancas de un cruce peatonal – parodiando a la portada del famoso disco de The Beatles, Abbey Road- que le han salido encima del techo a un carro negro, por estacionarse indebidamente en dónde no le correspondía.

A este ingeniero industrial de profesión, Subgerente de Transporte Urbano y Especial de la Municipalidad, y encargado de la administración y supervisión de los taxis, combis y demás unidades que brindan servicio de pasajeros; le nació la inquietud de mejorar el servicio de transporte masivo al ver ejemplos de exitosos sistemas como los de Curitiba en Brasil o en Bogotá (Transmilenio), Colombia. Por eso es que se entusiasma mucho cuando habla del nuevo Sistema Integral de Transporte (SIT) que se implementará en los próximos meses en la ciudad. “Este será un gran regalo para Arequipa”, me dirá una vez que hayamos comenzado la entrevista. Nada como la eficiencia y la rapidez en el transporte masivo, para cambiarle la cara a una ciudad frente al resto del mundo.

Rebobinemos: Nuestro problema con el transporte público en todo el país (no sólo en Arequipa) se origina en la década de los noventa, cuando Alberto Fujimori gobernaba por primera vez y los coches bomba estallaban en las ciudades. Más específicamente el 24 de julio de 1991, día en que se promulgó el DL 651. “En esta norma se establecía la libre competencia de tarifas de servicio público de transporte, el libre acceso a las rutas (eliminándose las restricciones legales), la posibilidad de que cualquier persona natural o jurídica prestase servicio de transporte público, y el permiso para que cualquier vehículo (exceptuando camiones y vehículos de dos ruedas) pudiese brindar el servicio de transporte público”, dice la socióloga Claudia Bielich Salazar, en su libro “La guerra del centavo”(Pág. 29), una profunda investigación sobre el transporte público limeño actual, que en estos meses pondrá en funcionamiento el Metropolitano, un sistema parecido al SIT

Esa era la época también en que empezaban las políticas de privatización de servicios públicos, entre ellos el transporte. También eran los tiempos en que se eliminaron las restricciones a las importaciones y exportaciones (vía el Decreto Supremo 080-91-EF), que permitieron, a la larga, que se trajeran vehículos usados desde el extranjero. Y claro, era la época de los despidos masivos que lanzaron a la calle a miles de trabajadores, que no tuvieron más remedio que comprarse un Tico y ponerse a hacer taxi para traer alguito de comer a la casa (actualmente hay 25 mil taxis rodando como una plaga por las calles de la ciudad). El gobierno se lavó las manos con este tema y le pasó la papa caliente a las municipalidades. Y éstas, a su vez, le chantaron el problema a técnicos como Ricardo Lira.

– ¿Entonces, actualmente, en dónde reside el principal problema del transporte público en Arequipa? – le pregunto a Lira al iniciar la entrevista.
– Sales a la calle y ves la cantidad excesiva de combis en el centro. Unidades antiguas, que han convertido a Arequipa en la segunda ciudad más contaminada del Perú, después de Lima – dice sin pensarlo mucho.

Y es que en los años posteriores a las privatizaciones, a las gestiones municipales arequipeñas se les dió por concesionar rutas de manera irracional. Actualmente hay 243, muchas con recorridos de punta a punta de la ciudad (En mayo de 1996 se emitió la Resolución Municipal 534-96, que permitió entregar en concesión por 10 años estas rutas). Por calles como Sucre y Bolívar en el Cercado (antes que se cerraran para comenzar las obras del SIT), “pasaban cerca de 1500 unidades por hora, de 33 rutas diferentes”, indica indignado el subgerente Lira. Con tanta competencia de carros debido a las rutas superpuestas, sucede lo que en una fiesta con pocas chicas bonitas: todos se pelean por sacarlas a bailar. Sólo que en este caso, los que se pelean por nosotros los pasajeros (las chicas bonitas del baile), no son galantes adolescentes perfumados y engominados, sino sudorosos cobradores (no siempre amables) colgados de combis que se corretean entre sí, para ver quién recoge a más gente al vuelo. Los resultados de esto ya los conocemos: congestiones, contaminación, accidentes de tránsito, bulla. En resumen: un mal servicio.

El ingeniero Ricardo Lira en su oficina en El Filtro

Por estas razones es que a comienzos del siglo XXI, en el año 2001, la MPA empezó a cranear, junto con varios especialistas (entre médicos, arquitectos, ingenieros y abogados) un nuevo sistema de transporte masivo, digno de los arequipeños. Un sistema moderno que tendría 80 rutas (menos de la tercera parte que la cantidad actual), entre troncales, alimentadoras y estructurantes. Con corredores viales exclusivos que cumplirían horarios y tiempos de viaje exactos. Con recorridos de largas distancias (del Cono Norte al Cono Sur) Con paraderos ubicados cada cuatro cuadras. Con buses, llamados Mistibus, para 160 pasajeros. Con choferes capacitados y nada de cobradores pelincos, sólo dinero digital. Había nacido el Sistema Integral de Transporte para darle, supuestamente, a los usuarios lo que se merecían.

– ¿Por qué cree que es tan importante el SIT? – le pregunto a Lira, que lleva 3 años y 3 meses de sus 59 años de edad como subgerente de transportes
– Permitirá que la población tenga un sistema rápido, con unidades dignas para el transporte de personas – responde rápidamente –. No como las combis y Coasters destartaladas que, además de contaminantes, son incómodas

Una vez que se implemente este sistema a finales de este año, se promete además reducir en un tercio los tiempos de viaje, aumentar la comodidad, limpieza y disminuir los accidentes de tránsito. Y claro, con menos carros por las calles, quizás haya más posibilidades de que nuestros monumentos no se manchen con los negros humos y más áreas verdes para que nuestros retoños correteen por ahí. Todo muy bonito y prometedor. Pero una cosa se me viene a la cabeza: ¿podrá este nuevo sistema acabar con la informalidad que tiene más de una década inoculada en la mente de la población?

Sacando la vuelta

Un domingo en la mañana, doce días después de que me mojara el trasero dentro de una Coaster con ventanas plastificadas rumbo a Tiabaya, y diez días después de que conversara con el ingeniero Lira en su oficina, entendí porque los transportistas nos trataban tan mal a los pasajeros. Son las 8 y 55 de la mañana y, en el paradero final de las empresas de transporte que van hasta Cayma-Buenos Aires, espero a Cristian (sólo dejémoslo en Cristian), un cobrador de la empresa Continental que me guiará durante este día de descubrimientos. Este paradero final está ubicado en el denominado 14 de Cayma, justo frente a la Iglesia de los Santos de los Últimos Días, esa construcción de blancos pilares y canchas deportivas de los mormones.

Al sector de Cayma - Buenos Aires, 5 empresas son las que brindan el servicio de transporte: Continental, Los Pioneros, E11, TRAVIC y Transflorian. Entre estas se reparten las únicas dos rutas que hay: Bolívar-Sucre y Seguro Social-Venezuela. Se distinguen a partir de franjas de colores en la carrocería. Todas las empresas, en su mayoría, dan el servicio en las conocidas combis: vehículos de 1,60 metros de ancho, 4, 50 metros de largo y 1,40 metros de altura. Ideales para apiñar gente pero no para transportarla diariamente. Igual la gente las usa porque es necesario llegar al lugar de trabajo o estudios como sea. Hace unos minutos, tres carros con sus carteles que indicaban que iban al Seguro Social y a la Av. Venezuela, han partido con un puñado de pasajeros cada uno. Ahora, mientras converso con Cristian, vemos como una unidad de la empresa Transflorian, de franjas azules, (que sólo tiene autorizada ir por la ruta del Seguro Social y Venezuela) empieza a “sacar campo” o “chantarse”. Que en jerga de los combistas significa: esperar hasta que haya gente que quiera subir.

Los minutos siguen pasando y el cobrador de la combi Transflorian sigue llamando, con la puerta abierta, a los pasajeros del Seguro Social. Nadie parece interesado. Y es que este es un juego de probabilidades que depende de la demanda de la gente. La ruta la determina el público, según adónde quieran viajar. Por eso es que el chofer de la combi Transflorian que observamos, cambia su cártel para Bolívar – Sucre, aunque no le corresponda ir por ahí. “No le importa al chofer porque no es el dueño (generalmente los domingos los dueños de los carros se los arriendan a otras personas, a cambio de un porcentaje de la ganancia del día). Si le para un policía le da sus 4 lucas y arreglan”, explica Cristian mientras observamos la escena. Con la ruta cambiada unas cuántas personas suben al vehículo y, luego de unos segundos, parten. Finalmente, Cristian me mira sonriendo y dice, como para que entienda bien como son las cosas: “Es que hoy domingo, todo es más informal”.

Hoy domingo las oficinas de control están cerradas, las combis salen cuando quieren y hacen lo que quieren. Pero esto también puede llegar a pasar un día de semana. “En principio, las empresas son informales. Existen empresas de transporte formadas por 2 ó 3 personas que tienen la mayoría de acciones supuestamente y afilian a gente que tiene una unidad de transporte”, me dijo el Ing. Lira hace unos días en su oficina. La mayoría de las 4100 unidades que dan servicio público de pasajeros en la ciudad, pertenecen a empresas como estas. Así que, los que manejan no son empleados de la empresa, sino, simplemente, choferes particulares a quienes se les arrienda el derecho de poder usar la ruta concesionada. Los dueños de las rutas no son sus jefes, así que no les pueden exigir que cumplan la ruta o los horarios, o que mantengan limpia su unidad o que traten bien a los pasajeros. Si nadie te da órdenes, puedes hacer lo que te dé la gana.

Pero que los choferes y cobradores no sean empleados de la empresa también significa otra cosa: no ganar un sueldo fijo. Los transportistas cobran por “vuelta”, es decir por cada trayecto de ida y vuelta que se haga. La ruta Seguro Social - Venezuela que hace Cristian, dura una hora y media: 45 de ida, 45 de vuelta. Ganan por vuelta: 3 soles los choferes y 1,50 ó 2 soles los cobradores. “La hora de trabajo depende del dueño. Hay quienes te hacen salir a partir de las 3 de la mañana y tienes que dar 9 vueltas”, dice Cristian. O sea, sacando cálculos, Cristian trabaja cómo mínimo, 13 horas y media para sacar 18 soles. “Tu puedes dar más vueltas, y te pagan de más. Pero es bajo tu responsabilidad porque al día siguiente tienes que salir a la misma hora”, indica este muchacho que lleva más de 5 años intercalando este trabajo en distintas empresas, junto con sus estudios universitarios. Si ganaras simples propinas, trabajaras sobretiempo, no durmieras bien, y además no recibieras seguro de salud, jubilación, vacaciones ni descanso semanal: ¿atenderías a tus clientes con una sonrisa de oreja a oreja y siempre de la mejor manera? Ya sabes porque los transportistas nos tratan tan “bonito”.

Ahora junto con Cristian nos subimos a una combi rumbo al centro para que me explique unas cuántas cosas más. No trabajará hoy debido a que su unidad está en el taller. Vamos hasta el asiento del fondo, ese donde caben cuatro. El carro luce vacío a estas horas. Todos bien sentados, sin gritos del cobrador ni correteos del chofer. Un lugar perfecto para conversar. Es que no es hora punta, y es importante decir esto porque el servicio y el comportamiento de los transportistas depende, específicamente, de este punto. “El único momento en que puedes salvar tu día es en la hora punta. Después das pena”, dice Cristian mientras avanzamos por la carretera.

Las horas punta en Cayma (y en la mayoría de distritos de Arequipa) de lunes a viernes, son desde las 7 a.m. hasta las 7:45 a.m., horas en que la gente se dirige al Centro a trabajar o estudiar. “Se llena a tope porque de regreso ya no hay nadie”, explica Cristian, como excusándose por hacernos viajar apretujados. Es cosa de sacar cálculos nomás, para compensar el déficit de pasajeros en las horas muertas del día, cuando nadie piensa en volver a Cayma. Por esas horas, en toda la ciudad, hay un promedio de 89 mil 600 pasajeros buscando subir a un carro, según el Estudio de Factibilidad elaborado por la MPA para implementar el SIT. De las 12 p.m. a las 1:30 p.m. y de las 7:50 de la noche hacia adelante, son las otras horas en que hay mucha demanda de transporte. Todos quieren subirse para regresar a casa a tiempo, y, como escasean los carros a esas horas, no importa cómo les trates. Sube, sube, nomás.

Por eso hay que aprovechar. En esas horas, el chofer hará las maniobras más temerarias: se pasará luces rojas, frenará donde sea para recoger pasajeros, correteará con los de su misma empresa. Y el cobrador gritará para que la gente se acomode, luego de haber llenado a tope el vehículo, golpeará la ventana y nos vendrá con el cuento de “apéguese, apéguese”. Y claro, tendrá que estar más mosca y veloz. Llamará, como me demostrará minutos después Cristian: “Bolívar, Sucre, al Avelino, Terminal Terrestre, Hospital General, Los Incas, al Avelino, Terminal”, en menos de 3 segundos, como si fuera un trabalenguas. Todo sea por sacar alguito de plata más.

Nada que ver con la conducta que tiene el cobrador de la combi en que viajamos ahora, un domingo por la mañana. El comportamiento cambia según la hora. Y en estos momentos, toca ser amable. “Tienes que convencer a la gente”, indica Cristian mientras observa al muchachito que se baja tranquilo para llamar pasajeros. Convencerlos de que suban es su misión. “Calle Puno, Seguro”, dice el cobrador que viste unos jeans, un polo celeste a rayas y un gorro negro, con voz apagada, más que nada, desganada. Estamos por La Tomilla y bajamos lentamente por la pista. “¿Alguien baja en el cruce?”, dice este muchachito, sin prisa. Hay asientos señores, al medio, al fondo y adelante. Seguimos avanzando, cruzamos la Plaza de Cayma y descendemos por la Av. Cayma. Volteamos en la Av. Ejército, sin tráfico, y nos bajamos en Saga Falabella para tomar el carro que nos llevará de vuelta a Buenos Aires. Mientras cruzamos la pista rumbo al paradero, Cristian me dice recordando al cobrador: “En horas punta él se vuelve malcriado”. Pero dentro de una combi, los únicos malcriados no suelen ser sólo los cobradores.


***

El día que conversaba con Connie Ugarte Cornejo, promotora de educación vial de la Municipalidad Provincial de Arequipa, en su oficina en el Depósito Vehicular del Consejo, un jueves de marzo por la mañana; estaban limpiando uno de los futuros Mistibus que se utilizarán en el SIT, para una campaña llamada “Bus Escuela”. Esta es una iniciativa de la oficina de Connie Ugarte en la que se convertirá el interior del bus en una calle (con semáforos, cruces peatonales, paraderos y señales de tránsito). Todo con el fin de inculcar en los más pequeños una cultura vial. Pasa que según ella, uno de los causantes del caos vehicular en la ciudad es la falta de educación vial, tanto de transportistas como de pasajeros. Urbanidad y respeto hacia las demás personas es lo que nos falta para vivir bien. Pero la gente ya está acostumbrada a la forma en que funcionan las cosas, y eso es bien difícil de cambiar.

– Es un problema cultural. Los conductores conocen las infracciones, saben lo que deben hacer, pero están pendientes de si hay policía o no para cometerla. Meten el carro por la derecha, o toman un atajo para esquivar el semáforo. Es un problema de tomar conciencia. Sino está la autoridad yo cometo la falta. – me dice riendo, con una voz dulce y agradable a pesar de la cosa tan fea que me está contando.

Hace un año que esta Bachiller Técnica en Administración de Empresas está en el cargo y dentro de 20 años le gustaría que nuestro sistema de transportes sea, simplemente: ordenado “Y no es mucho soñar”, me dice con una gran sonrisa que le alegraría el día a cualquiera. Tanto optimismo nace de que en el 2007, como parte de su capacitación para el foro APEC que se realizó en el Perú, mandaron a Connie a Nueva Zelanda por seis meses. Al ver lo bien que vivían ahí, se motivó a conseguir lo mismo en nuestro país. “El tema es ese: urbanismo y cultura vial”, indica enfática.

– ¿Qué tan bien conocen las normas de tránsito los conductores de transporte público? –le pregunto.
– Para que un conductor pueda conducir una unidad, debe tomar un curso de educación y seguridad vial. Estos los brindan las escuelas de conductores. Reciben las charlas y se les da su carnet. Pero aparte de esto, deben tomar una conciencia de una cultura vial, dice enfatizando – dice enfatizando Ugarte, como para que me dé cuenta de cuál es el verdadero problema

Sin embargo, nosotros los usuarios somos igual de culpables y carecemos de lo mismo que los transportistas: educación vial y respeto por el otro. Paramos la combi en donde sea y nos bajamos también en donde queremos. Baja esquina, baja puerta, baja en el quiosco, baja puente, baja cruce, baja a media calle; solemos decir. Cruzamos en la mitad de la pista, no usamos la zona peatonal, no respetamos el semáforo y desconocemos las señales de tránsito. “Mientras al conductor para hacer este trabajo se le obliga tener un carnet de educación vial; al usuario no se le obliga haber recibido una charla o un curso sobre educación vial”, dice sonriendo Connie. No hay nada como carnet del buen pasajero y quizás debería haberlo. Nos gusta mirar las fallas de los conductores, pero no miramos las nuestras.

Culpable soy yo

Connie Ugarte siempre llamando la atención de los peatones y conductores

Tres días después, en el camino de regreso a Cayma - Buenos Aires, luego de bajarnos en Saga, un domingo en la mañana, Cristian me contará todo lo que le molesta de la conducta de los pasajeros. Me cuenta por ejemplo como no le quieren pagar el pasaje completo. “Me dan 60 en vez de 70 céntimos”, dice. O como le avisan media cuadra antes de bajar y se enojan si se pasan. “La gente está acostumbrada a que se le haga caso”, se queja desde el asiento del fondo de la combi a la que acabamos de subir. Otra cosas que le molestan: nos sentamos en el asiento para discapacitados y cuando alguien lo necesita (una señora embarazada, un anciano, una persona con muletas), nos hacemos los locos; los que nos dirigimos hasta el final de la ruta (al Avelino digamos), no nos acomodamos al fondo para permitir que los que se bajan antes puedan sentarse; o no ordenamos a los niños para dar espacio a los mayores. Hay gente que dice: “Mi hijito está pagando pasaje y tiene que estar sentado”, cuenta un poco enfadado Cristian. En esta relación de dependencia, nos tratamos mal mutuamente.

Cristian cuando comenzó en este trabajo era amable, no gritaba a la gente y trataba a los pasajeros lo mejor posible. Pero la gente te cambia. “El cobrador tiene que ser berraco, canchero para que le hagan caso. Sino los pasajeros van a querer pasarse de vivos”, confiesa apenado cuando ya estamos por el cruce para entrar a Cayma - Enace. Y eso puede ser chocante para cualquiera. “Los carros corretean entre sí porque hay demasiada competencia de unidades. La Municipalidad se queja de los transportistas pero la Municipalidad es la que ha otorgado los permisos”, reclama al finalizar el viaje. Todos nos tiramos la pelota. Una vez que llegamos al paradero final de Buenos Aires, mientras nos despedimos, Cristian me dirá una gran verdad sobre este tema:
– Es como si todo fuera un efecto reflejo. Si eres violento, la gente reacciona. “¡Pasajes, pasajes!”, dices gritando; y la gente te responde igual de violenta: “¡Ya te dí!”.

Cuando crece una ciudad y aumenta la población, nos hacemos como extraños y comenzamos a tratarnos mal. ¿Cómo es posible vivir en paz en una ciudad cuando nos queremos sacar los ojos dentro de una combi, sin siquiera darnos cuenta de que todos somos culpables del mismo problema?

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Mientras limpiaban uno de los Mistibus para la campaña “Bus Escuela”, ese jueves de marzo en el Depósito Vehicular, Connie Ugarte, promotora de la educación vial, me dijo: “Así como conocemos la calidad de las zapatillas, la calidad de la comida, la calidad del polo, conozcamos la calidad de vida sin bocinazos y estrés”. Y quizás el SIT nos permita conseguir esta calma y tranquilidad a partir de un buen servicio. Quizás nos permita dar ese gran paso para ser una sociedad desarrollada, en la que nuestras preocupaciones no giraran entorno de si nos apachurrarán o no en el camino a casa.

Los futuros Mistibus son 12 en total, tiene los costados pintados de color blanco y la nariz naranja. Cuentan con dos puertas al lado izquierdo, por las cuales se ingresa al vehículo, luego de subir por unas escaleras con barandales. Atrás hay 2 columnas de asientos de 5 filas cada una. Adelante hay 6 asientos individuales. Los pasillos son amplios y hay zonas reservadas para poner los coches de los bebés. En teoría entrarán 160 pasajeros entre parados y sentados, bastante cómodos, por supuesto. El carro es tan grande que Fracia, la señora que limpia en estos momentos el carro que se usará en la campaña, se demorará 3 horas en acabar su trabajo. Normalmente tarda media hora en limpiar un auto de tamaño regular.

En fin, además de grandes, los Mistibus son carros modernos, rápidos, cómodos que van a estar monitoreados por un sistema inteligente de control que permitirá, en horas punta, dotar de unidades a los diferentes puntos críticos de la ciudad. Así se evitarán atolladeros. Bien ahí. “La máquina la hace el hombre, y es lo que el hombre hace con ella” dice el cantautor uruguayo, Jorge Drexler, en uno de sus versos. ¿Estaremos dispuestos a darle un buen uso a estas máquinas de cuatro ruedas?

El que viaja parado, sentado o apretado. El que maneja el carro o el que cobra no más. El funcionario que concesiona la ruta y el dueño que la explota: todos somos culpables del caos vehicular. Golpes de pecho, golpes de pecho. Pero podemos acabar con él poniendo nuestro granito de arena todos los ciudadanos, aunque suene a frase de teletón para recaudar fondos para los niños pobres. Autoridades, transportistas y usuarios: ¿Qué sería si nos dejáramos de vainas? Para que no hayan más bocinazos en plena vía pública; para que no hayan más correteos entre combis; para que no hayan más accidentes de tránsito con vidas que lamentar; para que los choferes ganen un sueldo digno; para que usemos los paraderos; para que se respeten los asientos reservados; para que paguemos el pasaje completo; para que no nos apachurren; para que no tenga que estar oliendo las axilas hediondas de alguien, mientras se me moja el trasero en un día lluvioso. +


*Aquí un video de las rutas que seguirán los buses una vez que se implante el SIT



*Un video sobre el sistema de transporte público de pasajeros de Curutiba que sirvió de inspiracion para el SIT arequipeño