Un sillar no es un simple piedra

domingo, 27 de marzo de 2016

- Reflexiones sobre el ejercicio del periodismo cultural en Arequipa 


Un sillar no es una simple piedra para construir edificios. En Arequipa podemos encontrar a esta blanca roca – porosa pero resistente – en todos lados: en monumentos históricos como la Catedral, en los portales de la plaza de Yanahuara, en las paredes de la picantería La Capitana, en los muros de nuestra casa.  Pero los sillares no solo sirven de materia prima para la mayoría de solares con valor patrimonial. También simbolizan el trabajo y la obstinación de un pueblo que ha aprendido a adaptarse a las adversidades.  Después de cada terremoto, insistimos en levantar nuestras casas con paredes de sillar; y en las obras públicas vemos a cientos de obreros dando forma a estas piedras volcánicas. Los sismos han modelado nuestro estilo de vida y por eso las casonas y templos con techos abovedados, columnas y pilastras que aguantan temblores; además de una expresión de la arquitectura mestiza son una muestra de la resiliencia, esa capacidad para adaptarse y sobreponerse a las situaciones límite que identifica culturalmente a los arequipeños.  

A partir de este ejemplo se puede entender que la cultura no solo se centra en las bellas artes, la literatura o el teatro. Creo que la cultura es eso que aleja al hombre del animal y le da trascendencia espiritual. Así, esta relevancia intelectual la puede lograr un escritor erudito con una novela de altísimo nivel técnico, pero también un humilde alarife que transforma los bloques de sillar de las canteras de Añashuayco en la bella fachada de una iglesia como La Compañía.    En las primeras páginas de su libro “La civilización del espectáculo”, Mario Vargas Llosa señala que no debe confundirse cultura con conocimiento. La cultura no es solo la suma de diversas actividades sino un estilo de vida, una manera de ser en la que las formas y el contenido importan por igual. “El conocimiento tiene que ver con la evolución de la técnica y las ciencias, y la cultura es algo anterior al conocimiento, una propensión del espíritu, una sensibilidad y un cultivo de la forma que da sentido y orientación a los conocimientos”, escribe el Premio Nobel de Literatura.   Es decir que la cultura, antes que una acumulación de saberes o visiones estéticas o artísticas, es una reflexión sobre nuestra humanidad. No hay duda de que la cultura es la mejor manera que hemos encontrado para decir a los cuatro vientos: ¡Hey, soy un ser humano! 

Teniendo en cuesta esto, podemos decir el periodismo cultural contribuye a que las personas puedan informarse y profundicen su conocimiento sobre aspectos específicos de su condición humana. Históricamente, las páginas culturales de los periódicos difundido información sobre publicaciones literarias, presentaciones teatrales, exposiciones de pintura, muestras de escultura,  producciones cinematográficas y  conciertos de música de cámara.  Sin embargo, en esta época, el periodismo cultural no puede ser tan miope y dejar de lado otras manifestaciones de la cultura popular como, por ejemplo, las fiestas patronales, los festejos del carnaval loncco en Cayma, la movida musical del metal arequipeño o los dibujantes de historietas. El periodismo cultural debe abrir el foco y también ocuparse de tradiciones milenarias que corren el riesgo de desaparecer o de nuevas manifestaciones que merecen ser valoradas y explicadas como el cosplay, el graffiti o los videojuegos. 

Tampoco podemos abocarnos solo a cubrir presentaciones de libros o inauguraciones de muestras de pinturas en galerías del Cercado, un periodista cultural debe estar dispuesto a viajar miles de kilómetros para descubrir nuevos mundos y comprender, a partir de los artefactos culturales de una comunidad, la vida de los otros.  En fin, a través del periodismo cultural podemos llegar a entender a fondo  los problemas de una sociedad, ya que los asuntos culturales, aunque no lo parezcan, siempre están relacionados con las finanzas, la política, la vida social e, incluso, el sexo. 

Sin embargo, la realidad del periodismo cultural en Arequipa nos muestra algo muy diferente.  La mayoría de diarios en la ciudad  carecen de una sección cultural. En algunos periódicos existe una sección fija para las informaciones culturales pero muchas veces estas noticias se encuentran mezcladas con temas de farándula y espectáculos. En otras ocasiones, estos pequeños espacios solo se utilizan como vitrinas para anunciar la agenda de eventos de la semana de algún centro cultural o universidad. Generalmente, las informaciones que se preparan carecen de profundidad y los textos se escriben sin mucho esfuerzo o investigación.  En el caso de las ediciones locales de medios nacionales, la página cultural, a veces, le da cabida a temas regionales, pero con regularidad la información sobre Arequipa es relegada por noticias capitalinas. 

Salvo contadas excepciones, en Arequipa no existen periodistas culturales. Quizás podamos decir que lo mismo sucede en otras ramas del periodismo. Casi no existen periodistas especializados en economía, medio ambiente, tecnología, etc.  A excepción de los reporteros que cubren deportes o policiales, la mayoría de periodistas en la ciudad están obligados a escribir sobre todo tipo de materias. Son conocedores superficiales de infinidad de temas. Tienen al alcance un mar de conocimiento pero solo pueden sumergirse a un centímetro de profundidad dentro de esas aguas ricas de información. 

Esta falta de especialización responde a muchos factores, pero el principal es  económico ya que los medios de comunicación locales no pueden darse el lujo de tener a un periodista dedicado a la cobertura de solo un fragmento de la realidad. Dentro de un periódico, los recursos humanos son escasos y se optimiza al máximo lo que se tiene. Debido a las exigencias del día a día, un periodista no puede dedicarse solo a cubrir un determinado tipo de información. Para cumplir con su cuadro de comisiones debe recabar información de diversas fuentes: políticas, económicas, judiciales, y, claro, cuando se puede, culturales.

En este contexto es muy complicado que pueda desarrollarse un periodista con la capacidad de tratar adecuadamente las noticias culturales. La cobertura de la historia, la contrastación de fuentes, la preparación para la entrevistas, el estilo de redacción e, incluso, la elección del género para presentar una nota cultural, suelen ser deficientes debido al desconocimiento o falta de preparación. Muchas veces, el reportero que se dedica a cubrir temas culturales lo hace por iniciativa propia; porque tiene un real interés y desea, además de cumplir con sus notas del día, escribir sobre la creatividad humana y sus producciones. En otros casos, los editores asignan a cubrir estos temas a quienes demuestran cierta sensibilidad o curiosidad por la cultura. En ambas situaciones, la cobertura de temas culturales no es una política del medio de comunicación, sino la apuesta personal de un reportero o editor curioso con ganas de darle, cuando el tiempo y las ganas lo permiten, un contenido extra a sus lectores. 



La oferta académica tampoco aporta mucho a lograr esta especialización. En la currícula de ninguna de las universidades de Arequipa que cuentan con la carrera de Ciencias de la Comunicación se incluye un curso de periodismo cultural. Quizás por esta razón, las hazañas de un escritor no son una prioridad para los  diarios. Claro, a menos de que gane el Premio Nobel de Literatura y diga a los cuatro vientos que él es el Perú y cosas similares. La publicación de un nuevo libro, la remasterización de un disco o el estreno de una obra de teatro tampoco aparecen en primera plana. En los diarios de Arequipa la cultura no es portada, aunque debería serlo. Es cierto que las noticias culturales, comparadas con las políticas, económicas, deportivas o policiales, en teoría, llaman menos la atención de los lectores. Sin embargo, el periodismo cultural no debe resignarse a ser una información marginal que rellene las últimas páginas de un periódico. La cultura también puede protagonizar denuncias y destapes periodísticos que indignen a la opinión pública, como sucede con los informes sobre la corrupción de nuestros gobernantes que, tantas veces, han motivado marchas y protestas en las calles. 

Por ejemplo, la cultura también debe ser protegida de la destrucción de autoridades y empresarios ambiciosos que quieren atentar contra ella. O de criminales de cuello blanco que lucran con el tráfico de piezas arqueológicas que forman parte del patrimonio de una nación. Los daños constantes a las casonas en nuestro Centro Histórico de Arequipa (zona declarada patrimonio cultural de la humanidad por la Unesco), o la destrucción de los andenes pre incas en la campiña, son  un ejemplo de que la cultura corre peligro todos los días y que el periodismo debe dar a conocer los malos manejos en el aparato estatal o en el ámbito privado. 

Por otro lado, en épocas en que Internet y las redes sociales han magnificado el derecho a opinar de las personas, el periodismo cultural también tiene otra tarea que cumplir.  Ahora que es posible  comunicar nuestros pensamientos (a veces lo primero que tenemos en la cabeza) con tanta facilidad (basta con poner click en el botón Publicar), nuestros muros de Facebook se llenan con comentarios  intrascendentes.  En esta vorágine de datos,  el periodista debe buscar herramientas para desmenuzar, valorar y analizar las manifestaciones culturales de una sociedad.  A través de sus crónicas, reportajes, reseñas y artículos debe generar entusiasmo en los lectores, orientar a los cinéfilos, conmover a los aficionados al teatro y explicar la evolución de la cultura popular.  El periodista debe crear puentes entre el público y los actores culturales, debe estimular el pensamiento y la actitud crítica dentro de una sociedad. En fin, debe agudizar la sensibilidad de las personas para que la próxima vez que miren un bloque de sillar no crean que lo único que tienen al frente es un inerte pedazo de piedra.