La difícil tarea de ser rojinegro

martes, 29 de noviembre de 2011

- Una crónica del partido en el que Melgar se salvó de la baja al lado de un hincha nostálgico. ¿Qué tan difícil es alentar a un equipo en su posible último partido en primera división?



Este es un partido que Orlando, lamentablemente, tuvo que venir a ver. FBC Melgar, el único club de Arequipa que juega en la categoría profesional del fútbol peruano desde 1971, lucha su permanencia en la primera división ante Alianza Lima, uno de los equipos punteros del campeonato; y Orlando Mazeyra, ingeniero de sistemas de 31 años, escritor e hincha desde los 10 años del equipo rojinegro, ha venido esta tarde de domingo como otros miles de personas al estadio Monumental de la UNSA con la consigna de alentar a su equipo y obtener un triunfo. Porque si Melgar no gana hoy cagan: la pesadilla del descenso, esa que en otras tres ocasiones ha tocado sus puertas, se hará realidad.
Orlando viste un atuendo deportivo (zapatillas negras, short y camiseta como la de los jugadores y una gorrita para cubrirle del sol) aunque en los próximos 90 minutos no vaya hacer ejercicio más que con su garganta gritando y puteando a los rivales, al árbitro y hasta, a veces, a los jugadores de su mismo equipo.
— Uno va al estadio a sacar al loco que tiene adentro. Antes iba a la barra León del sur, saltaba todo el partido, terminaba más transpirado que los jugadores, con eso sacaba piernas, pantorrillas, era como hacer una maratón, ahora no creo que aguantaría ni el primer tiempo — dice mientras esperamos que los equipos ingresen a la cancha.
Hubo una época en la que Orlando era de los hinchas que iban todos los domingos al estadio a alentar al Melgar (a pesar de muchas veces no tener plata para la entrada), de esos fanáticos que se la pasaban saltando y coreando y que solo descansaban en el entretiempo, al igual que los jugadores. “Ahora voy como ‘aficionado’ o sea, los monses que se sientan nomás”, cuenta. Como esos que van a los conciertos de punk y no poguean.
Por el túnel ubicado debajo de la tribuna occidente, donde estamos sentados, el plantel de Melgar ingresa a la cancha entre aplausos y globos lanzados por los aficionados, una seguidilla de cornetazos y una que otra explosión de bombarda se oye también. En este momento en que los 11 jugadores titulares del plantel dominó posan frente al arco para la foto del recuerdo, la parte de la tribuna norte reservada para la barra León del Sur, esa a la cual Orlando se colaba durante su infancia en la década de 1990, luce vacía.
— Estamos tan cagados que el equipo entra y ni siquiera está la barra— comenta fastidiado Orlando a la vez que los fotógrafos de prensa corren hacia el área que da a la tribuna norte para tomar la que quizás sea la última foto del equipo en la primera división.
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El taxista que trajo hoy a Orlando al estadio le comentó que sería una pena que baje el Melgar ya que así no habría más fútbol profesional en la ciudad. “Pero no es eso lo que importa. Hay periodistas que más estaban pendientes de si subía el Huracán luego de ganar la Copa Perú ya que así se parchaba un equipo con otro, no les importaba el Melgar como equipo, como tradición, con tal que hubiera otro plantel en primera división”, se queja Orlando.
Sin embargo, en la víspera el Sportivo Huracán quedó eliminado en los cuartos de final de la Copa Perú, así que el sueño de los editores de suplementos deportivos de tener en casa partidos de fútbol profesionales todos los fines de semana tendrá que esperar.

Barra El Infierno Rojinegro (Foto: Diego Ramos)
Además de la barra León del Sur (esa que en estos momentos canta: “Llora, llora cagón, llora conchatumare, la putamare que te parió”), Melgar cuenta con los barristas de El Infierno Rojinegro, quienes se ubican en la tribuna oriental provenientes de barrios como San Lázaro, Umacollo, entre otros. Sin embargo, si se suman a los integrantes de estas dos barras no se lograría superar a los hinchas de Alianza Lima que han abarrotado con sus camisetas y banderolas blanquiazules todo el sector de la tribuna sur, que tiene a sus espaldas al volcán Misti.
Es probable que a los aficionados al fútbol en la ciudad, de perder la categoría Melgar, más que presenciar la humillante caída del equipo rojinegro local, les dolería el no tener la posibilidad de ver en el estadio de su ciudad a equipos limeños como Universitario de Deportes, Alianza Lima y Sporting Cristal durante los domingos.
“Ser rojinegro no es fácil tampoco es joda, es ser un buena arequipeño y dejar de lado la moda”, dice uno de los carteles colocados por los del Infierno Rojinegro en la tribuna oriental. Pero en este partido, los llaveritos y gorras de Alianza Lima que se ofrecían a la entrada del estadio, sin duda, se vendieron más que los del Melgar.
Ataca Melgar, el “Torito” Meza Cuadra ingresa al área chica de Alianza encarando a los defensas de frente con el balón, en eso corre hacia la derecha y los rivales le rodean. “¡Ya, patea!”, grita Orlando, pero el “Torito” falla. Alianza recupera la pelota y se viene de contra golpe. Atrás quedan rezagados los jugadores de Melgar. “Parece que no quisieran ganar”, grita otra vez. Roberto Ovelar, el número de 19 de los blanquiazules recibe el balón, corre dentro del área, patea y la pelota golpea la red por el lado derecho. Gol.
Silencio en la tribuna. “Nos jodimos”, susurra Orlando. Uno a cero pierde Melgar a los 20 minutos de primer tiempo. No es fácil ser rojinegro.
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— ¿Ese es Amilton Prado? — pregunta Orlando a su amigo.
Su amigo asiente con la cabeza.
— ¡Pura vedette eres tú, tramposo! — le grita desde la parte superior de la tribuna occidental al lateral derecho de Alianza Lima que fue ampayado en jugueteos amorosos con una bailarina de cumbia por un programa de espectáculos.
Días antes de este partido Orlando me advirtió que en el estadio el siempre se comporta igual: es malhablado e insulta al rival. A algunos podría chocarle este comportamiento pero eso de ir a sentarse y ver calladito el partido no le convence. Pero las energías a Orlando no solo se le van en desquitarse verbalmente con un rival o reclamarle al árbitro por ciego, ratero y vendido.

Hinchas de Melgar en la Tribuna Occidente (Foto: Diego Ramos)
También en cada gol de Melgar él no duda en reventar sus cuerdas vocales. Como en este gol que se producirá en unos instantes: ataca Melgar, una pelota pateada por los delanteros es repelida sobradamente por el arquero de Alianza George Forsyth, el balón rebota en el área, pero rápidamente Meza Cuadra reacciona y la mete dentro del arco. Todo el estadio se pone de pie.
— ¡Gol, goooooool conchasumare!— ruge Orlando mientras en su mano izquierda sostiene la radio en donde escucha en simultaneo el partido de Universitario de Deportes en Lima contra la Universidad César Vallejo. Partido que de ser ganado por el segundo, podría complicar aún más la situación de su equipo.
Ahora vendrá un autogol de Alianza que le dará la ventaja al equipo local y cierto respiro a los hinchas del cuadro dominó, al menos por unos minutos. “¡Hoy no te voy a fallar, no me falles tú tampoco!”, escribió en su blog Orlando antes de venir al estadio. Pero aún quedan 45 minutos para vivir unas cuantas decepciones.
***
Pasada media hora de comenzado el segundo tiempo el encuentro está empatado 2 a 2 y Melgar cuenta solo con 9 jugadores luego de las expulsiones de Arismendi y Castro para buscar la victoria o resignarse a la baja. En los últimos 10 minutos no he oído salir de la boca de Orlando una sola palabra. “Melgar es un sentimiento, que lo llevo en el corazón, yo daría toda mi vida por ser campeón, vamos león, vamos león”, es el cantico que sale de la tribuna sur al son de los bombos y tambores. A mi lado Orlando observa el partido en silencio, como en un trance.
Hace varios minutos que Melgar intenta anotar el gol que le dé la victoria pero no puede. “Ay, ay, ay”, dice Orlando, lamentándose ante cada intento fallido. Hace un par de años este equipo era imbatible de local, era el cuco al que todo equipo tenía miedo de enfrentar en casa, pero ahora Melgar de local juega temerosamente al contragolpe.
Al minuto 39 después de un centro y una falla del portero aliancista, Edson Aubert cabecea y convierte el gol del triunfo para Melgar. Orlando se vuelve loco y grita hasta quedarse afónico. Los hinchas también se desbandan: algunos saltan la baranda y se meten a la cancha para abrazarse con los jugadores, zurrándose en el control policial; los fotógrafos también ingresan al césped y captan con sus cámaras la celebración anticipada y el llanto de los aficionados luego de la presión liberada.

El gol de la victoria de Aubert (Foto: Diego Ramos)
Faltan 5 minutos para el final pero la suerte ya está echada. “Ya lo vez, y ya lo vez, ya los cagamos otra vez”, gritan los barristas rojinegros. La historia cruel que se intentó escribir esta tarde no sucederá. Los puestos de periódicos de Arequipa amanecerán mañana con titulares alentadores que informarán sobre como Melgar se salvó, otra vez, de la baja una tarde de domingo.
Al terminar este partido se tocarán las notas del himno de Arequipa, se cantará a todo pulmón y la gente celebrará con lágrimas en los ojos como si se hubiera campeonado el torneo nacional o ganado la Copa Libertadores ante un rival imposible de derrotar. Pero en estos momentos en los que el árbitro Víctor Carrillo indica que el partido ya fue, Orlando todavía sufre pendiente a la transmisión de su radio portátil, escuchando en que va el encuentro entre la U y Vallejo que aún no termina. Efectivamente, ser rojinegro no es fácil.



Futbolero a medio tiempo: la fiebre de los Mundiales

viernes, 25 de noviembre de 2011

- Aquí algunas de las razones de un NO FANÁTICO, para que te convenzas de que sí vale la pena ver fútbol una vez cada cuatro años.

De la única vez que asistí a un estadio para ver un partido de fútbol (Perú – Costa Rica en el Estadio de la UNSA en el año 1997), no recuerdo más que los goles que nos fallamos. Pero sí tengo clarito, a pesar de haberlo sólo visto desde mi TV a los 4 años, el instante cuando Roberto Baggio mandó a la mierda la pelota, luego de ejecutar el tiro de penal que haría perder a los italianos la final de USA 94 frente a Brasil. Recuerdo, también a un Zinedine Zidane, aguándoles la fiesta a los brasileros con su pelada cabeza en Francia 98. Y también, tengo en la memoria el momento del 2006, cuando Zidane usó su cabeza (ahora mucho más pelada) para bajarse al insolente de Materazzi en la final contra Italia. Es probable que mis únicos recuerdos futbolísticos de los próximos años, dependerán de lo sucedido en Sudáfrica 2010.

Soy de los que miran fútbol cada cuatro años. El resto del tiempo ni me va ni me viene ver a una tropa de muchachotes sudorosos persiguiendo una pelota. Pero cuando toca Mundial, por treinta y un días me vuelvo loquito fútbol y “agárrense no más”. Lleno mi “fixture”, colecciono toditititos los DVD, revistas, fascículos especiales y postales que salgan. En fin, me da mi ciclo pelotero y cómo buen macho que se respeta: hago predicciones y, más patético aún, apuestas con los amigos; mando a las mujeres preguntonas a la cocina (para que no jodan); me meto la mano dentro del pantalón a la altura de la ingle y me pongo a ver los partidos por la TV. ¿Qué tiene el Mundial que provoca que un apático del fútbol se vuelva fanático en tan pocos días?

Según el escritor mexicano y gran fanático del fútbol Juan Villoro: “El fútbol exige palabras, no sólo las de los profesionales, sino las de cualquier aficionado provisto del atributo suficiente y dramático de tener boca”. Este es mi intento por entender la pasión más “redonda” del ser humano.

La fiesta de todos
“Es lindo vivir un Mundial”, dice suspirando José Apaza Brousset (62), por más trillado que suene, detrás del mostrador de su tienda de alquiler de VHS en La Gran Vía. En 1982, José, invitado por la empresa para la que trabajaba en ese entonces, viajó a España y pudo ver a Perú en su última participación en un Mundial de fútbol. Las calles de Madrid parecían un carnaval: gente vestida de tunos celebrando, las botas llenas de vino pasando de mano en mano y manchando las camisas. El recuerdo del empate 1 a 1 frente a Italia, para Don José está impregnado por el olor a paella. “Perú pudo haber ganado ese partido, estuvimos más cerca de ganar que ellos”, indica como atrapado en el tiempo. Luego, en el siguiente partido, seríamos vapuleados 4-1 por Polonia y eliminados de la competencia con solo 2 puntos. Ahí se acabaría la fiesta para José.

Mientras converso con José, por la radio suena el partido entre España y Suiza. No le prestamos mucha atención a lo que dice el locutor. Luego, del 82 la idea de José era seguir asistiendo a los Mundiales, siempre y cuando Perú participara. “Pero hace 28 años que Perú no clasifica, así que a contentarse con mirar los partidos de otros equipos por televisión”, cuenta apenado. Y claro, se puede estar pendiente de los resultados a la distancia, emocionarse con los goles ajenos, pero no es lo mismo si tu selección no está en carrera por el campeonato.

Sin embargo, existe toda una generación de peruanos (mi generación) que no ha tenido de otra que ver cómo el resto celebra. Sin ningún equipo que nos represente, cambiamos de preferencias como de calzoncillos. Durante este Mundial me he visto fan de Brasil, otro día de Inglaterra, después de Costa de Marfil, Argentina, y otras veces de Japón. ¿Cómo es posible emocionarse en una fiesta cuando no se está invitado? “Nosotros como seres humanos buscamos diversión, una manera de expresar lo que sentimos dentro”, dice José, tratando de ensayar una respuesta sobre nuestro indeciso fanatismo por los logros ajenos

Todas esas emociones acumuladas -alegría, frustración, decepción - las dejamos salir en estas fechas del Mundial. “Las multitudes llenan los estadios ilusionadas por algo que no sólo pasa en la cancha. Gracias al graderío, un partido se carga de supersticiones, anhelos, deseos de venganza, complejos mayúsculos, intrincadas leyendas. El fútbol ocurre en la hierba y en la agitada conciencia de los espectadores”, sentencia el escritor Juan Villoro. A veces, la fiesta del fútbol puede tener significados más allá de los estadios.

Nadie se achica
La radio sigue sonando como telón de fondo de la conversa con Don José. En eso, Suiza le mete un gol a España. El equipo de la nación famosa por sus navajas y relojes, pero no por su fútbol, le está ganando al equipo que saldrá campeón al terminar el campeonato. José calla un rato y luego me dice sonriendo: “Es que Suiza es mejor equipo que España pues”.

Otra de las razones por las que los Mundiales son tan apasionantes es porque todo puede pasar. Nada está definido. El equipo más débil le puede generar problemas al más poderoso. No hay rival chico. Cosa de ver algunos resultados del último Mundial en Sudáfrica para entenderlo: Paraguay, una nación con sólo 6 millones de habitantes puede jugarle de igual a igual a la campeona del 2006 Italia, y sacarle un empate. Serbia una república con 4 años de creación, luego de su separación de Montenegro, le puede ganar 1 a 0 a la tres veces campeona Alemania.

Tengo en la memoria haberme levantado a las 5 de la mañana para ver cómo Ronaldo, Rivaldo y Ronaldinho, se bailaban a los alemanes en Yokohama, durante la final del Mundial Japón – Corea 2002. El 9% de los 190 millones de habitantes de Brasil son desnutridos, según el Instituto de Geografía e Estadística de este país, pero su selección ha ganado más Mundiales que una potencia como Alemania, con ingresos per cápita, según cifras de la UNICEF, superiores a los cuarenta mil dólares. A veces, la dignidad de todo un país puede sostenerse en los goles que encaja dentro del arco del rival. “Cuando los héroes numerados salen a la cancha, lo que está en juego ya no es un deporte. Alineados en el círculo central, lo elegidos saludan a su gente. Sólo entonces se comprende la fascinación atávica del fútbol. Son los nuestros, los once de la tribu”, dice Juan Villoro. Todas las esperanzas puestas en esos pocos escogidos que tratan de que un juego llene de ilusiones a una tribuna. Del fanatismo del momento, de héroes con gloriosas victorias breves: un gol, una atajada magistral, un cabezazo salvador, una levantada de copa. Esos pequeños detalles son los que hacen inolvidables a los Mundiales.

Otra de David vs. Goliat. En 1982 Argentina e Inglaterra se había enfrentado fuera de las canchas deportivas en La Guerra de las Malvinas, por la soberanía de un archipiélago al sur de nuestro continente. El saldo, gracias al puño de hierro de los ingleses: más de 640 argentinos muertos y una derrota militar para Argentina.

En su documental sobre Diego Armando Maradona, el cineasta serbio Emir Kusturica, le pregunta al jugador argentino sobre el significado del gol que le marcó a los ingleses con la mano, la famosa “Mano de Dios”, en el Mundial de México 86, luego de la guerra. Diego contesta: “Nosotros teníamos que salir a la cancha, jugar al fútbol (…) sabiendo que si nosotros sacábamos a Inglaterra, era como una guerra futbolística ganada”. Un partido de 90 minutos como la única alternativa para honrar a los muertos caídos en acción.”Cuando salí gritando el gol con la mano, era como si le hubiese robado la cartera a un inglés”, confiesa el pícaro de Maradona. Argentina ganó 2 – 0 y eliminó a Inglaterra del torneo. ¿Qué mejor revancha para una nación que humillar al rival frente a los 100 mil espectadores del Estadio Azteca y los casi mil millones de televidentes que estaban pendientes de ese partido en todo el mundo?

Culto a la redonda
Hoy los Mundiales son de los pocos acontecimientos que pueden congregar la atención e interés de multitudes que parecen que no concuerdan en nada. “Es obvio que, en esos tiempos de constitución de la sociedad moderna, de ruptura de los vínculos tradicionales, un deporte colectivo tenía ventajas sobre los individuales: hay algo muy fuerte en ese modo de sentirse parte, aliado con otros en busca de lo mismo.
La sensación de armar algo más importante que uno en esa suma: la última tribu”, sentencia el escritor argentino Martín Caparrós, otro fanático del fútbol.

En estos tiempos en que cada miembro de la familia tiene a su disposición su propio televisor, en dónde puede ver el canal que quiera a sus anchas sin ser molestado, o en que descartamos con un solo click los contenidos que no nos interesan en Internet. En un mundo con audiencias cada vez más fragmentadas, el Mundial de fútbol parece ser uno de los pocos eventos que pueden acercar a las familias y hacer chupar hasta morir a los amigos alrededor de una misma mesa.

Estas son mis razones para seguir la fiesta del fútbol, esa que sale de los estadios y se extiende a todos los espacios de la sociedad. Trabajadores que llegan tarde para poder ver un partido completo, restaurantes que ofrecen pantallas gigantes para que los comensales no se pierdan un detalle de las transmisiones. En estas fechas mundialistas, este deporte de peloteros puede convertirse en la última de las grandes religiones. Un culto que se realiza en los 5 continentes del mundo al mismo tiempo y con la misma convicción. Durante el Mundial, Dios, Alá y Buda son redondos, como el balón que rueda por el césped de los estadios repletos de fanáticos ansiosos de gritar un gol.


Regrese el lunes

viernes, 18 de noviembre de 2011

- Una anécdota sobre el director del diario más antiguo de Arequipa

Crédito foto: Diego Ramos Lupo


Don Carlos Meneses Cornejo, director del diario El Pueblo, no acepta practicantes en su redacción, o al menos eso es lo que le acaba de decir al joven universitario que ha entrado a su oficina buscándolo. “Pero si me traes un texto escrito por ti que me guste, puede ser que ingreses”, aclara este periodista de 75 años, nacido el mismo día que Mario Vargas Llosa. “Uno nunca sabe, por ahí descubrimos un talento”, dice sonriendo.

Para Meneses, que nació rodeado de libros, gracias a la biblioteca de más de 3000 ejemplares heredada de su abuelo, un periodista que no lee lo suficiente es incapaz de llegar a escribir bien. “El peor periodismo hoy, salvo honrosas excepciones, se hace en las radios debido a que, como no redactan su información se la pasan ‘moviendo las lenguas’ y diciendo sandez y media al aire”, explica.

Don Carlos no ha publicado ningún libro aún, pero con todo lo que ha escrito a lo largo de sus 56 años trabajando en distintos medios de la ciudad se podrían armar varios volúmenes, aunque él crea que sus textos, debido a la premura que exige este oficio, quizás no trasciendan en el tiempo. Pero, eso le tiene sin cuidado ya que antes que por la fama, el director del diario más antiguo de Arequipa se metió a este oficio para servir a la calle, ahí donde están sus verdaderos reyes: los lectores de su periódico.

Y es a esa calle a dónde acaba de mandar al joven que busca prácticas de periodismo. “Tráeme algo que pase en la ciudad, algún problema de tu distrito en página y media a lo mucho. ¡Y no te lo inventes!”, le indica mientras se despide con la promesa de recibirlo el lunes.