Futbolero a medio tiempo: la fiebre de los Mundiales

viernes, 25 de noviembre de 2011

- Aquí algunas de las razones de un NO FANÁTICO, para que te convenzas de que sí vale la pena ver fútbol una vez cada cuatro años.

De la única vez que asistí a un estadio para ver un partido de fútbol (Perú – Costa Rica en el Estadio de la UNSA en el año 1997), no recuerdo más que los goles que nos fallamos. Pero sí tengo clarito, a pesar de haberlo sólo visto desde mi TV a los 4 años, el instante cuando Roberto Baggio mandó a la mierda la pelota, luego de ejecutar el tiro de penal que haría perder a los italianos la final de USA 94 frente a Brasil. Recuerdo, también a un Zinedine Zidane, aguándoles la fiesta a los brasileros con su pelada cabeza en Francia 98. Y también, tengo en la memoria el momento del 2006, cuando Zidane usó su cabeza (ahora mucho más pelada) para bajarse al insolente de Materazzi en la final contra Italia. Es probable que mis únicos recuerdos futbolísticos de los próximos años, dependerán de lo sucedido en Sudáfrica 2010.

Soy de los que miran fútbol cada cuatro años. El resto del tiempo ni me va ni me viene ver a una tropa de muchachotes sudorosos persiguiendo una pelota. Pero cuando toca Mundial, por treinta y un días me vuelvo loquito fútbol y “agárrense no más”. Lleno mi “fixture”, colecciono toditititos los DVD, revistas, fascículos especiales y postales que salgan. En fin, me da mi ciclo pelotero y cómo buen macho que se respeta: hago predicciones y, más patético aún, apuestas con los amigos; mando a las mujeres preguntonas a la cocina (para que no jodan); me meto la mano dentro del pantalón a la altura de la ingle y me pongo a ver los partidos por la TV. ¿Qué tiene el Mundial que provoca que un apático del fútbol se vuelva fanático en tan pocos días?

Según el escritor mexicano y gran fanático del fútbol Juan Villoro: “El fútbol exige palabras, no sólo las de los profesionales, sino las de cualquier aficionado provisto del atributo suficiente y dramático de tener boca”. Este es mi intento por entender la pasión más “redonda” del ser humano.

La fiesta de todos
“Es lindo vivir un Mundial”, dice suspirando José Apaza Brousset (62), por más trillado que suene, detrás del mostrador de su tienda de alquiler de VHS en La Gran Vía. En 1982, José, invitado por la empresa para la que trabajaba en ese entonces, viajó a España y pudo ver a Perú en su última participación en un Mundial de fútbol. Las calles de Madrid parecían un carnaval: gente vestida de tunos celebrando, las botas llenas de vino pasando de mano en mano y manchando las camisas. El recuerdo del empate 1 a 1 frente a Italia, para Don José está impregnado por el olor a paella. “Perú pudo haber ganado ese partido, estuvimos más cerca de ganar que ellos”, indica como atrapado en el tiempo. Luego, en el siguiente partido, seríamos vapuleados 4-1 por Polonia y eliminados de la competencia con solo 2 puntos. Ahí se acabaría la fiesta para José.

Mientras converso con José, por la radio suena el partido entre España y Suiza. No le prestamos mucha atención a lo que dice el locutor. Luego, del 82 la idea de José era seguir asistiendo a los Mundiales, siempre y cuando Perú participara. “Pero hace 28 años que Perú no clasifica, así que a contentarse con mirar los partidos de otros equipos por televisión”, cuenta apenado. Y claro, se puede estar pendiente de los resultados a la distancia, emocionarse con los goles ajenos, pero no es lo mismo si tu selección no está en carrera por el campeonato.

Sin embargo, existe toda una generación de peruanos (mi generación) que no ha tenido de otra que ver cómo el resto celebra. Sin ningún equipo que nos represente, cambiamos de preferencias como de calzoncillos. Durante este Mundial me he visto fan de Brasil, otro día de Inglaterra, después de Costa de Marfil, Argentina, y otras veces de Japón. ¿Cómo es posible emocionarse en una fiesta cuando no se está invitado? “Nosotros como seres humanos buscamos diversión, una manera de expresar lo que sentimos dentro”, dice José, tratando de ensayar una respuesta sobre nuestro indeciso fanatismo por los logros ajenos

Todas esas emociones acumuladas -alegría, frustración, decepción - las dejamos salir en estas fechas del Mundial. “Las multitudes llenan los estadios ilusionadas por algo que no sólo pasa en la cancha. Gracias al graderío, un partido se carga de supersticiones, anhelos, deseos de venganza, complejos mayúsculos, intrincadas leyendas. El fútbol ocurre en la hierba y en la agitada conciencia de los espectadores”, sentencia el escritor Juan Villoro. A veces, la fiesta del fútbol puede tener significados más allá de los estadios.

Nadie se achica
La radio sigue sonando como telón de fondo de la conversa con Don José. En eso, Suiza le mete un gol a España. El equipo de la nación famosa por sus navajas y relojes, pero no por su fútbol, le está ganando al equipo que saldrá campeón al terminar el campeonato. José calla un rato y luego me dice sonriendo: “Es que Suiza es mejor equipo que España pues”.

Otra de las razones por las que los Mundiales son tan apasionantes es porque todo puede pasar. Nada está definido. El equipo más débil le puede generar problemas al más poderoso. No hay rival chico. Cosa de ver algunos resultados del último Mundial en Sudáfrica para entenderlo: Paraguay, una nación con sólo 6 millones de habitantes puede jugarle de igual a igual a la campeona del 2006 Italia, y sacarle un empate. Serbia una república con 4 años de creación, luego de su separación de Montenegro, le puede ganar 1 a 0 a la tres veces campeona Alemania.

Tengo en la memoria haberme levantado a las 5 de la mañana para ver cómo Ronaldo, Rivaldo y Ronaldinho, se bailaban a los alemanes en Yokohama, durante la final del Mundial Japón – Corea 2002. El 9% de los 190 millones de habitantes de Brasil son desnutridos, según el Instituto de Geografía e Estadística de este país, pero su selección ha ganado más Mundiales que una potencia como Alemania, con ingresos per cápita, según cifras de la UNICEF, superiores a los cuarenta mil dólares. A veces, la dignidad de todo un país puede sostenerse en los goles que encaja dentro del arco del rival. “Cuando los héroes numerados salen a la cancha, lo que está en juego ya no es un deporte. Alineados en el círculo central, lo elegidos saludan a su gente. Sólo entonces se comprende la fascinación atávica del fútbol. Son los nuestros, los once de la tribu”, dice Juan Villoro. Todas las esperanzas puestas en esos pocos escogidos que tratan de que un juego llene de ilusiones a una tribuna. Del fanatismo del momento, de héroes con gloriosas victorias breves: un gol, una atajada magistral, un cabezazo salvador, una levantada de copa. Esos pequeños detalles son los que hacen inolvidables a los Mundiales.

Otra de David vs. Goliat. En 1982 Argentina e Inglaterra se había enfrentado fuera de las canchas deportivas en La Guerra de las Malvinas, por la soberanía de un archipiélago al sur de nuestro continente. El saldo, gracias al puño de hierro de los ingleses: más de 640 argentinos muertos y una derrota militar para Argentina.

En su documental sobre Diego Armando Maradona, el cineasta serbio Emir Kusturica, le pregunta al jugador argentino sobre el significado del gol que le marcó a los ingleses con la mano, la famosa “Mano de Dios”, en el Mundial de México 86, luego de la guerra. Diego contesta: “Nosotros teníamos que salir a la cancha, jugar al fútbol (…) sabiendo que si nosotros sacábamos a Inglaterra, era como una guerra futbolística ganada”. Un partido de 90 minutos como la única alternativa para honrar a los muertos caídos en acción.”Cuando salí gritando el gol con la mano, era como si le hubiese robado la cartera a un inglés”, confiesa el pícaro de Maradona. Argentina ganó 2 – 0 y eliminó a Inglaterra del torneo. ¿Qué mejor revancha para una nación que humillar al rival frente a los 100 mil espectadores del Estadio Azteca y los casi mil millones de televidentes que estaban pendientes de ese partido en todo el mundo?

Culto a la redonda
Hoy los Mundiales son de los pocos acontecimientos que pueden congregar la atención e interés de multitudes que parecen que no concuerdan en nada. “Es obvio que, en esos tiempos de constitución de la sociedad moderna, de ruptura de los vínculos tradicionales, un deporte colectivo tenía ventajas sobre los individuales: hay algo muy fuerte en ese modo de sentirse parte, aliado con otros en busca de lo mismo.
La sensación de armar algo más importante que uno en esa suma: la última tribu”, sentencia el escritor argentino Martín Caparrós, otro fanático del fútbol.

En estos tiempos en que cada miembro de la familia tiene a su disposición su propio televisor, en dónde puede ver el canal que quiera a sus anchas sin ser molestado, o en que descartamos con un solo click los contenidos que no nos interesan en Internet. En un mundo con audiencias cada vez más fragmentadas, el Mundial de fútbol parece ser uno de los pocos eventos que pueden acercar a las familias y hacer chupar hasta morir a los amigos alrededor de una misma mesa.

Estas son mis razones para seguir la fiesta del fútbol, esa que sale de los estadios y se extiende a todos los espacios de la sociedad. Trabajadores que llegan tarde para poder ver un partido completo, restaurantes que ofrecen pantallas gigantes para que los comensales no se pierdan un detalle de las transmisiones. En estas fechas mundialistas, este deporte de peloteros puede convertirse en la última de las grandes religiones. Un culto que se realiza en los 5 continentes del mundo al mismo tiempo y con la misma convicción. Durante el Mundial, Dios, Alá y Buda son redondos, como el balón que rueda por el césped de los estadios repletos de fanáticos ansiosos de gritar un gol.


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