Fijación oral de un nuevo arequipeño*

sábado, 4 de agosto de 2012


-       -   Un acercamiento a nuestra identidad cultural a partir del Diccionario de Arequipeñismos de Carpio Muñoz.




Tostado era lo que me ofrecía mi abuela cada tarde que le iba a visitar en la antigua casa de Tiabaya. Sí tostado (o tosta’o), es decir, ese puñado de dorados granos de maíz cocidos al seco en una ancana de barro. Nada que ver con esa cancha grasosa que te dan hoy en las cevicherías. 

A la sopa había que echarle mucha sal porque estaba chuma. No estaba desabrida, insípida o sinsabor, sino chuma. Y si algo está chuma no queda de otra y hay que sazonarlo con lo que se encuentre. 

A jugar fútbol los amigos de mi hermano mayor no me invitaban porque era muy mojón. No porque era chiquito, o debilucho o llorón, sino porque “con ese mojón en el equipo no le ganamos a nadie”. 
Cuando uno está resfriado tiene mocotecte. Luego de jugar en la huerta, de tanto embarrarse y sudar, uno quedaba huishui. 

Cuando los mayores, hablan y dan órdenes, hay que escucharles atentamente, asentir y ¡chu tun! no más. O sea, quedarse calladito y obedecer sin rechistar. 

La temperatura del agua se mide con un alalau o un acacau.

Si comes algo en la calle, en esos establecimientos que no siguen normas de sanidad, o si te zampas los higos verdes de la huerta, te puede dar quechera. 

Una persona que pierde el tiempo, soñando entre sus laureles, es ese que se la pasa viéndose el puputi.

Hay personas que son quenchosas, así que mejor no acercárseles porque por ahí te pueden pegar su mala suerte. 

Lacla me dice mi compañera de trabajo cuando se da cuenta que les estoy haciendo perder el tiempo con las estupideces que le cuento.  

Mi amigos cuando salen a festejar se quieren huasquear, no se quieren emborrachar o tirar una bomba, o pegársela de largo toda la noche entre trago y trago. No, ellos quieren huasquearse. Del arequipeño, Huasca, que en una frase se puede usar así: Oye que tal huascaza que nos metimos anoche. O sino: “El tal Huguito es bien huasca”. Etc. 

¿La mayoría de ustedes se preguntarán que hace este coro hablando ante tan distinguida audiencia esta noche? 

Pues para hablarles de cómo el “Diccionario de Arequipeñismos”, que recopila las voces del habla popular, pueden reafirmar, a pesar de las dudas de muchos estudiosos, mi vínculo identitario con esta tierra. 

Ser arequipeño es solo una de las tantas formas de ser humano. Nuestra identidad cultural está caracterizada por ser mestiza.  Nuestra arquitectura, gastronomía, religiosidad popular y música son resultado de una amalgama de lo europeo y lo andino. Ahí reside la riqueza de este pueblo: en las mezclas de civilizaciones que se han ido combinando y renovando a lo largo del tiempo. 

Sin embargo, como ya lo han señalado los anteriores comentaristas, las migraciones y las transformaciones económicas que ha tenido la región en las últimas décadas están creando un nuevo mestizaje, gracias al cual probablemente, muchos de los componentes culturales tradicionales de Arequipa desaparezcan. 

Actualmente, ya lo estamos viendo. Muy pocos de los chicos de mi generación, que provienen, como yo, de ancestros migrantes, se identifican con esa Arequipa de las postales turísticas que muestran un límpido cielo celeste y un Misti coronado de nieve. 

La mayoría de los nuevos arequipeños, criados bajo el influjo de Internet y la televisión basura (muchas gracias mamá por la niñera de lujo), prefieren tomarse unos tragos en la calle San Francisco antes que darse una vuelta por una picantería de antaño. O sino prefieren irse a bailar cumbia en la Dolores o ir al Jardín de la Cerveza a ver bandas de rock o reggaetón, en vez de escuchar yaravíes y pampeñas. Sea bueno o malo, esto es lo que pasa en nuestros días.

¿Entonces, como un joven de estos que describo, aparentemente desarraigado con sus orígenes puede reconocerse como arequipeño? Pues a través del habla popular propia del arequipeño.

Es probable que a un adolescente que ha crecido bajo una dieta diaria de Burger King y Kentucky Fried Chicken, el saborear un  humeante chairo o un chaque de tripas no le atraigan demasiado. O que a  un muchacho que tiene conexión wi-fi en su celular, quiera darse un paseo por el Centro Histórico para apreciar la arquitectura colonial de Arequipa, cuando a un solo click de distancia tiene al alcance de sus manos las últimas fotos en bikini de Tilsa Lozano.

Sin embargo, el habla popular, los arequipeñismos que fluyen en las conversaciones de día a día, ya sean en la calle, en la escuela o en el Facebook, están ahí para recordarnos quiénes somos y de dónde venimos.  

 El lenguaje es algo que nos acompaña a todo lado y con el que nos podemos identificar siempre, ya que nos remite a nuestros primeros recuerdos, como les narré hace unos minutos. Se habla como arequipeño en la intimidad, con los amigos y la familia.  Y ahí donde escuchamos a una persona  hablar como arequipeño, utilizando términos propios del arequipeño, lo reconocemos como nuestro hermano, nuestro paisano. 

Esa es la importancia de este libro que presentamos esta noche. No solo por ser una completa investigación, que le ha tomado varios años de trabajo a Don Juan Guillermo, sino porque permite al que lo lea, reconocer que su identidad como arequipeño, el saberse parte de algo, reside en esas palabras que salen desde el fondo de nuestro corazón. 

El que agarre este diccionario no solo encontrará frías y aburridas definiciones como en la mayoría de textos de este tipo, sino que hallará explicaciones detalladas sobre los usos y costumbres de un pueblo. Una enciclopedia de la cultura popular de Arequipa, como dice el autor.  Ya sea que uno se ponga a hojear las malas palabras o los apodos, descubrirá que muchas de estas palabras forman parte de nuestro vocabulario cotidiano. También descubrirá términos en desuso, que a pesar de que ya no forman parte del hablar cotidiano, guardan un significado histórico sobre lo que alguna vez significó vivir en esta parte del Perú.

Y darse cuenta de eso, como en mi caso,  es una reafirmación de que somos arequipeños. A diferencia de la comida, la música y otras manifestaciones culturales propias de Arequipa, el lenguaje tiene una capacidad de transformación impresionante. Se crean nuevas palabras a la misma velocidad que otras desaparecen. Y esta propiedad mutante es la que asegura a este aspecto de la cultura arequipeña su permanencia en el tiempo y su llegada a nuevas generaciones.

Es probable que cuando el fin del mundo llegue, ya sea por razones divinas o por la estupidez humana, lo único que tal vez sobreviva de la cultura arequipeña sea su singular forma de hablar y usar el castellano.  De acá a unos cientos de años en el futuro, cuando la catástrofe ecológica extinga al último camarón de río y ya no se puedan preparar más chupes o los cataclismos derrumben los edificios de blanco sillar y no haya más bellas iglesias que exhibir a los visitantes, lo único que nos quedará para reconocernos como pueblo serán nuestras voces arequipeñas. 

Como última postal del fin del mundo me gustaría imaginar una escena como esta. Un grupo de sobrevivientes se empieza a organizar para buscar víveres entre los escombros y así continuar con su batalla contra la adversidad. En algún momento, alguien, en un dialecto que no todos entenderán, dirá como sugerencia para que la búsqueda sea más efectiva, algo así como que: “creiyo que  hayer que tener mucho cuidado con los alimentos que recojamos. No hay que pallapar higos verdes, por ay nos  termina dando una quechera fulminante y uchuchuy”. 

Estoy seguro de que los que esa noche, luego de la cena, no estén desesperados haciendo cola para ir al baño, porque sí le hicieron caso a  ese sujeto que hablaba en un tono que parecía cantaleta, serán los arequipeños.

*Texto leído en la presentación de la tercera edición del Diccionario de Arequipeñismos de Juan Guillermo Carpio Muñoz. 
Arequipa, miércoles 1 de agosto del 2012. 

En esta foto, compitiendo con Don Juan Guillermo para ver quién sale más jalado. ¿Se nota quién ganó? 




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