- - Un filósofo recibió un rosario de las manos del
Santo Padre, un sacerdote jesuita estuvo a cargo del traslado en helicóptero de
la Virgen de Chapi y un periodista firmó miles de invitaciones a mano para
resguardar la seguridad en el campo papal.
La noche previa a la
llegada del papa Juan Pablo II a Arequipa, Manuel Zevallos Vera no podía
dormir. El nerviosismo que le producía tener que estar cerca al santo padre la
mañana siguiente no dejaba tranquilo a este filósofo y educador
arequipeño. En ese entonces, Zevallos
Vera era el rector de la Universidad Nacional de San Agustín (Unsa), en cuyo
campus se erigió el campo papal esa mañana del 2 de febrero de 1985. Ahí, en
esos descampados terrenos ubicados al lado de la avenida Venezuela, Juan Pablo
II beatificó a Sor Ana de los Ángeles y coronó a la milagrosa Virgen de Chapi
frente a casi 300 mil asistentes.
La comisión
organizadora de la llegada del papa, presidida por el arzobispo de Arequipa,
Fernando Vargas Ruiz de Somocurcio, eligió esos terrenos en donde hoy se
encuentra el área de sociales de la Unsa, debido a que tenían la amplitud
necesaria para recibir a esa enorme cantidad de público. Como una deferencia
por permitirles utilizar ese espacio, los organizadores invitaron a Zevallos Vera a ser uno de los 10 comisionados
que subirían al estrado para entregarle una ofrenda a su Santidad.
Por esas fechas, el
filósofo era también el presidente de la Asamblea Nacional de Rectores (ANR),
así que decidió que le entregaría un mensaje a nombre de la universidad peruana
para llamar a la reflexión en una época en que el Perú y otros países del mundo
se sumían en medio de la violencia.
Cuando llegó el
momento de subir al estrado, Zevallos Vera fue acompañado por su vicerrector,
Alejandro Málaga Medina y la rectora de la Unife, Luz María Álvarez Calderón.
Se acercó al papa, le entregó un tubo que contenía un bello pergamino y le dijo:
“Amadísimo maestro, a nombre de la universidad peruana le entrego este mensaje
de amor y justicia por la humanidad y los pobres del mundo”. El Papa recibió la
ofrenda agradecido y mientras le entregaba un rosario, le dijo: “Manuel, he
hecho una bendición para ti y tu familia. Te doy este recuerdo para que reces con
ellos”.
Aunque la emoción desbordaba
el cuerpo del filósofo en esos momentos, solo optó por hacerle una venia y
besarle la mano a Karol Wojtyla. Hoy Manuel Zevallos Vera, quien a sus 94 años
sigue laborando en una universidad privada en Lima, todavía conserva ese
obsequio del Papa. Hace poco rezó con él cuando su esposa Celinda cumplió los 90 años. “También en la
misa por nuestros 65 años de casados usamos el rosario”, dice. Cuando cumpla
100 años, Manuel espera que pueda rezar con el santo rosario en la mano.
IDA Y VUELTA EN
HELICÓPTERO
A las siete de la
mañana del día en que el Papa visitó Arequipa, el padre jesuita Jorge Beneito
Mora ya se encontraba en el Ala Aérea N° 3 de la FAP, ubicada en Cerro
Colorado, listo para partir en un helicóptero hacia el santuario de Polobaya
para traer la imagen de la Virgen de Chapi a la ciudad. Beneito, un sacerdote español que hace solo
un mes había retornado de Chicago, fue comisionado por el arzobispo Vargas a
cumplir con esta tarea logística debido a que en 1983 participó del primer
traslado que se hizo de la virgen hacia Arequipa para aplacar la terrible
sequía que asolaba a la región.
“La primera vez que la trajimos en camioneta
hubo mucha resistencia de parte de los pobladores del lugar. Pensaban que no
iba a retornar nunca más. En esta segunda ocasión no hubo nada de eso gracias
al resguardo policial. Luego de 20 minutos de vuelo, aterrizamos en la
explanada del santuario. Sacamos la imagen de la antigua iglesia en una pequeña
procesión y la subimos al helicóptero para llevarla al campo papal”, cuenta Beneito
ahora de 71 años.
La nave aterrizó en un terreno descampado del campus
de la Unsa, en donde hoy se erige el estadio Ho Chi Min, en el área de
ingenierías. Desde ese pampón, se llevó en procesión a la santa imagen,
cruzando la avenida Venezuela, hacia el campo papal para que sea coronada.
Durante la
ceremonia, el padre Beneito estuvo muy ocupado así que no tuvo oportunidad de
acercarse a Juan Pablo II. Pero recuerda que le avisó a los agentes de
seguridad de El Vaticano que tomaran sus previsiones para sacar al Papa del
recinto rápido, ya que, debido a la gran devoción mariana que existe en la
ciudad, si se demoraba quedaría atrapado en el mar de gente que querría
acompañar a la Virgen de vuelta al pampón.
Terminada la
ceremonia, el Papa fue sacado de inmediato del lugar. Mientras tanto, miles de
fieles empezaron a avanzar en procesión al lado de la recién coronada Virgen de
Chapi. Una vez en el pampón, Beneito, junto con los oficiales de la FAP,
subieron de nuevo la imagen al helicóptero y partieron de vuelta hacia
Polobaya. En los momentos en que la nave aterrizaba de nuevo en el santuario
sin ningún problema, el padre Beneito recién supo que había cumplido con la
misión que le encomendaron.
UN LAZO PERMANENTE
La tarde anterior a
la llegada del papa, Dante Zegarra López, secretario ejecutivo de la comisión
organizadora de la visita papal, se
encontraba firmando las 17 mil invitaciones que los organizadores
entregarían a los clérigos y fieles
laicos para asistir a la ceremonia. Este contingente de personas cercanas a la
Iglesia se colocaría frente al altar para evitar que la población se abalance
sobre el Papa. Esta estrategia de anillos de seguridad fue la alternativa que
plantearon los organizadores ante la intención de la policía de controlar el
ingreso de las personas al campo papal mediante listas con nombres y la
identificación con huellas dactilares
La policía accedió a
que se ejecutara esta estrategia pero pidió que las invitaciones estuviesen
firmadas para evitar falsificaciones. La ardua tarea de rubricar una por una
las cartas recayó en Zegarra. Mientras cumplía con esa tediosa labor, le
informaron a Zegarra que los primeros ejemplares de su libro sobre la historia
del monasterio de Santa Catalina de Sena, en donde vivió y se formó Sor Ana de
los Ángeles, ya habían salido de la imprenta y estaban en su casa justo a
tiempo para que pueda entregárselos a Juan Pablo II.
Al día siguiente,
luego de que el Papa terminó la ceremonia en la Unsa, el arzobispo Vargas
dispuso que Dante Zegarra le entregara a Su Santidad dos ejemplares de su libro
antes de que regresara a Lima. El breve encuentro se dio en la avenida
Bolognesi, frente a la vivienda del arzobispo. El periodista Zegarra, hoy con 69
años cumplidos, tenía planificado decirle a Wojtyla que esa investigación que
le entregaba era fruto de 10 años de trabajo y que todo lo que afirmaba en el
texto estaba avalado en documentos. Sin embargo, en el momento en que quiso
hablarle, Dante Zegarra, que había
trabajado más de un mes y medio sin descansar en el comité organizador, cayó de
rodillas ante el Papa y se quedó mudo sin ninguna explicación.
Semanas después de la visita, le llegó a
Zegarra un carta del cardenal Giovanni Re, en ese entonces secretario de estado
del Vaticano, en donde por encargo del Papa le agradecían por los obsequios y
le informaban que su libro ya formaba parte la biblioteca de la Santa Sede.
Otro recuerdo del papa que guarda Zegarra es una medalla de bronce con el
rostro grabado de Juan Pablo II. Esa reliquia está en un estante de su casa, al
lado de una estatua de Sor Ana de los Ángeles, como sellando para siempre el
vínculo del santo con Arequipa.
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*Una versión de esta crónica se publicó el sábado 20 de julio de 2013 en la edición regional de El Comercio Arequipa.
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