Al filo del cuchillo

sábado, 17 de abril de 2010

- Dos hermanos llevan más de tres décadas como afiladores de cuchillos en una esquina del Mercado de San Camilo. ¿Qué tan rápido tiene que girar una piedra para sacarle chispas al metal?


Las chispas color amarillo, luego de la fricción entre el cuchillo y la piedra, empiezan a salir como un chorro de agua a toda presión. Pequeños puntos incandescentes que saltan sobre el pelo y la ropa. Como una lluvia que no moja pero que -por supuesto- debe quemar. A Jaime Cornejo, uno de los cuatro afiladores de cuchillos del Mercado San Camilo, le han entrado varias de estas chispas a los ojos. “Ves un punto negro que te molesta. Si te entra, vas al médico o tu mismo te las quitas”, me confesó minutos antes. Ahora, Jaime se encuentra concentrado en su trabajo mientras desliza la hoja de metal de la cuchilla sobre la piedra esmeril con cuidado. A su costado, su hermano Francisco, quien tiene un puesto –igual al de Jaime- de reparación de ollas, copias de llaves al minuto y – por supuesto- afiladas de cuchillos, al lado de la Puerta 5, también se encuentra en plena labor.

Francisco, es flaco y de pelo canoso y corto, es tres años mayor que Jaime y se dedicó a este oficio porque cuando salió del cuartel no había de que trabajar. De eso ya 30 años. A las 6 de la mañana ya se encuentra en este trabajo que le da un promedio de 80 soles al día. “50 céntimos cuesta la afilada”, dice Francisco. Pero eso no es a lo único que se dedican estos hermanos: reparan cocinas de kerosene, puertas de autos, sartenes, machetes, y herramientas de carpintería y para la chacra. En fin, arreglan todo tipo de cosas para el hogar. A pesar de que hacen el mismo tipo de labores, “ya cada uno tiene su clientela”, me cuenta Jaime. Aunque en estos momentos de la mañana no haya tantos clientes a la vista, saben que a toda hora vienen a buscarlos. “En cualquier momento cae alguien”, continua el menor de los hermanos, mientras Francisco cambia la piedra de su máquina de afilar que parece que ya no da para más.

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Las máquinas que utilizan para sus reparaciones tienen forma de bomba de guerra y consisten en un motor a electricidad que mueve a 3600 rpm, una piedra redonda llamada esmeril. “Estas son más fuertes. Las impulsadas a pedal no sacan buen filo”, explica Francisco sobre la diferencia de sus servicios con los de esos afiladores que van por lo barrios con una ruedita de puerta en puerta. La rápida velocidad con que giran genera gran fuerza de fricción entre el metal del cuchillo y la piedra. Por eso es que saltan esquirlas al rojo vivo. Por eso es que siempre hay que usar gafas de protección.

Las paredes de metal verde del quiosco de Francisco están abarrotadas de balanzas, ollas, sartenes, cuchillos y hachas de todos los tamaños. Ahora se encuentra frente a su motor-ya reparado y renovado- con un cliente que le espera. Mueve sus manos lateralmente sobre el esmeril recién cambiado que gira a su máxima potencia. Con cuidado. No quiere aumentar la cantidad de cortes que tiene en sus dedos. La mano izquierda sostiene la hoja de la cuchilla que hace saltar peligrosas chispas por todo lado. Suavemente mueve la lámina de metal. Tranquilo. Por el momento no se cubre con sus gafas de protección. Jaime, en cambio, usa unos lentes de vidrio (esos para los cortos de vista) para cubrirse.
-¿Esas chispas que salen que son?- le pregunto desde una distancia prudencial a Francisco.
- Es lo que bota el acero y las sobras de la piedra- contesta distraído sin mirarme.
- ¿No es peligroso? – digo.
- Claro – contesta el maestro.

Francisco levanta la cabeza. Apaga su máquina. Se pone sus gafas cuadradas de plástico y pone delante de su motor afilador una caja de cartón, esas que se usan para llevar frutas, para que no salten las chispas sobre sus clientes. Jaime, detiene su trabajo un rato, me mira y hace algo parecido. Luego, siguen afilando.

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PD:La foto que acompaña a este texto, e pertenece a Sergio Valcárcel y la extraje de aquí. Ese día olvidé llevar mi cámara

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