Así platónico no más

jueves, 1 de abril de 2010

- Lo que se te viene a la mente cuando recuerdas a tu primer amor

Ahora que miras sus fotos en el Facebook desde la pantalla de tu computador, tan acaramelada y apapachada, con otro idiota. Te preguntas: ¿Qué tenías en la cabeza cuando te fijaste en ella? ¿Qué le viste a esta muchachita que, aunque bonita, no era como esas colegialas carita de ángel y voluptuosas de los dibujitos anime que tanto te gustaban? Y no es que hayan pasado tantos años, como para decir que la experiencia te ha abierto los ojos, y que esa chica poco agraciada (aunque más o menos buen cuerpo tenía), es tu error de juventud. Esa ni tú te la crees

Haces click en una de sus 48 fotos de uno de sus 17 álbumes con 25 comentarios cada uno, dedicados al enamorado, y recuerdas que te demorabas a propósito en los cambios de clase - guardando tus cosas lentamente, haciendo la finta de que ibas a buscar algo en tu casillero - para verla un ratito y disque conversar con ella. Porque a decir: “Hola, cómo estás”, “chévere tu peinado” o “qué curso toca ahora”, no se le puede llamar conversar. No seas iluso pues. Recuerdas esto y sonríes. Tímido eras. Sabías que nunca le ibas a decir nada más que eso. Que nunca le confesarías que cada vez que te subías a la combi y no había asientos libres para que puedas leer esas historietas de superhéroes que hacían creer a todo el mundo que eras aniñado, pensabas en su largo cabello ondulado color cáscara de nuez todo el trayecto a casa. Sí, en ese cabello.

Así era la cosa. De lejitos. Sin intentar nada. Sin esperar nada. Platónico no más. Ella nunca lo sabría y a ti no te importaba. Y claro, ni que te estuviera doliendo el alma como a Vallejo porque no te daba bola la condenada. Sí más estabas pendiente en aprenderte las canciones del último disco de Leusemia para cantarlas -hasta quedarte ronco- en el pogo brutal del concierto de rock del fin de semana. ¿Entonces porque tanta alharaca con ella? ¿Por qué te desvelabas -a veces, casi nunca- imaginando una cita con ella? ¿Para que tus amigos no pensaran que eras maricón? Nah, a ti nunca te interesó eso, y menos los rituales de machos idiotas en los que te molestaban con el nombre de la chica que te gustaba. “Guardadita te la tenías. Ya estábamos dudando de ti. Jeje. Ya, ya, no te piques oe, que es broma, es broma hermanito”, decían. No, no era por eso.

Te acomodas en la silla, mueves el mouse y click otra vez en ese rostro que ahora te parece borroso, hasta irreconocible. Y ahora, mientras un bostezo te hace lagrimear un poquito, te das cuenta de eso que ya sabías pero que no querías aceptar: ella no te gustaba en realidad. No, la chica no. Te gustaba lo que ésta significaba. Lo que implicaba enamorarse. Ella era tu excusa. Tu motivo. Como la muerte de sus padres para Batman, como la “bella” Dulcinea para el Quijote, aunque suene huachafo. Ella era ese algo para que tu vida no sea tan patética, tan solitaria. Para que tu único contacto con las mujeres no sean los videos porno de Internet que recién estabas descubriendo y las colegialas animadas de ojos dulces que nunca saldrían de la pantalla.

Que importaba si no sentía nada por ti. Ni que no fuera la más inteligente del salón, o la más alta, la de mejor cuerpo, las más facilona o con la que tenías mucho en común de que hablar. Bastaba con que existiera y punto. Cierras las ventanas de la PC. Te dispones a apagar la pantalla. La miras una última vez y sonríes. Sí, era bien linda.


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